Pedro Jaramillo Rivas. Sacerdote Diocesano en Guatemala.

Al
Papa Francisco le bastó una palabra para desencadenar un nuevo pensamiento “misionero”
personal y pastoral…, y ¿qué digo?, también
antropológico y social. La utilizó ya en las reuniones previas al Cónclave
(algunos hasta dicen que fue la “clave” de su elección) y, a estas alturas, nos
la hemos aprendido todos: la AUTO-REFERENCIALIDAD, el “encorvamiento” sobre uno
mismo –persona o institución- (yo, mi,
me, conmigo, para mí) que causa sordera y ceguera verticales y horizontales: en
su nivel más real la auto-referencialidad verticalmente es atea (yo mismo soy
mi dios) y horizontalmente es insolidaria (yo soy yo y mis intereses)… Pero, es
la moda, lo que se lleva. No nos hemos dado ni cuenta, pero por ahí nos
andamos. Pasa, en efecto, con la cultura como pasa con el aire: que nos
percatamos de su existencia sólo cuando llega a faltarnos.
El
lema propone un reto personal: “sé
valiente”. ¿Para qué? Ante todo, para ser tú mismo, pero para serlo de
otra manera (“otro mundo es posible” y “otra vida es posible”). Sin comerlo ni
beberlo, la “economía que mata”, y que lo hace, además, “como si nada”, ha
logrado que también nosotros vivamos “como si nada pasara”: “se ha desarrollado una globalización de la indiferencia…
Nos volvemos incapaces de compadecernos ante los clamores de los otros, ya no
lloramos ante el drama de los demás, ni nos interesa cuidarlos, como si todo
fuera una responsabilidad ajena que no nos incumbe. La cultura del bienestar
nos anestesia” (EG, 54). Anestesiados, porque ya estamos dentro o anestesiados,
porque es en lo único que soñamos. Hemos llegado a pensar que esa cultura del
bienestar es nuestra única esperanza (¿quién o qué nos espera?).

La minúscula y mayúscula de la “misión” y “Misión” no
es un simple juego gráfico. Intenta reclamar valentía (“sé valiente”) en un
nivel más hondo del darse: hay una “Misión de Dios” que se hizo “encarnación”.
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14); fue toda una
“salida” que lo hizo un Dios com-pasivo y cercano: “Jesús es el rostro de la
misericordia del Padre” (MV, 10). Se trata, pues, de poner nuestra pasión
humana de darnos (que nos saca de vivir como simples funcionarios de la
entrega) en la clave de dar cuerpo a la continua “misión de Dios” que necesita
ser encarnada, hoy, en tu vida, en la mía, en la de tantas y tantos que dieron
un “SÍ” sin reservas. Supuesta la atracción de Dios, se precisa “valentía” para
creerlo: “ten ánimo, sé valiente y espera en el Señor” (Sal, 27,14): en la
“Misión” es el mismo Señor quien te espera, para hacer entre los dos un trabajo
en equipo.
¡Qué
bien lo expresa el Papa Francisco: “Si no sentimos el intenso deseo de
comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a
cautivarnos (…)”! (EG, 264). En la Misión te
espera Jesús, para que camines con él, hables con él, respires con él, trabajes
con él (cfr. EG 266). Y pone en tu corazón y en tus labios “el Evangelio
que ‘responde a las necesidades
más profundas’ de las personas”! (EG, 265). Da por seguro que
cuando expreses adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio
ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones (cfr. EG, 265),
lo mismo que ha hablado a las tuyas, para “ser valiente” y sentirte no digo sólo
“esperado”, también “exigido” por la Misión. Recuerda que “el Espíritu que Dios
te ha dado no es un espíritu de cobardía, sino de fortaleza y de amor” (2Tim
1,7).
Desde
Guatemala, un enorme abrazo para todos los lectores de SUR y SAL , en el Domund
de 2017.
Pedro Jaramillo Rivas