El nombramiento del
nuevo papa, Francisco, ha despertado en millones de personas de todo el mundo
esperanzas e ilusiones sobre la posible reforma de la Iglesia. Por otra parte
estamos celebrando el cincuentenario del Concilio Vaticano II, donde a pesar
del deseo de Juan XXIII y aunque la idea se trató de forma tangencial en varios
documentos, no se expresó de forma explícita el tema de una Iglesia pobre y al
servicio de los pobres. Por ello al final del Concilio un grupo de padres
conciliares reunidos en la Catacumba de Santa Domitila suscribió lo que se
llamó el Pacto de las Catacumbas. Creo que es útil recordar este documento que
nos puede servir tanto para recordar el Concilio como para abrir nuevas
expectativas para la renovación de la Iglesia.
*Pacto suscrito pocos días antes de la finalización del Concilio Vaticano II -Diciembre de 1965- por cuarenta Padres Conciliares encabezados por Dom Helder Camara, obispo de Olinda Recife en la eucaristía celebrada en la Catacumba de Santa Domitila, Roma.
El pacto de las
catacumbas: una Iglesia servidora y pobre*
“Nosotros, obispos,
reunidos en el Concilio Vaticano II, conscientes de las deficiencias de nuestra
vida de pobreza según el evangelio; motivados los unos por los otros en una
iniciativa en la que cada uno de nosotros ha evitado el sobresalir y la
presunción; unidos a todos nuestros hermanos en el episcopado; contando, sobre
todo, con la gracia y la fuerza de nuestro Señor Jesucristo, con la oración de
los fieles y de los sacerdotes de nuestras respectivas diócesis; poniéndonos
con el pensamiento y con la oración ante la Trinidad, ante la Iglesia de Cristo
y ante los sacerdotes y los fieles de nuestras diócesis, con humildad y con
conciencia de nuestra flaqueza, pero también con toda la determinación y toda
la fuerza que Dios nos quiere dar como gracia suya, nos comprometemos a lo que
sigue:
1. Procuraremos
vivir según el modo ordinario de nuestra población en lo que toca a casa,
comida, medios de locomoción, y a todo lo que de ahí se desprende. Cfr. Mt 5,
3; 6, 33s; 8-20.
2. Renunciamos para
siempre a la apariencia y la realidad de la riqueza, especialmente en el vestir
(ricas vestimentas, colores llamativos) y en símbolos de metales preciosos
(esos signos deben ser, ciertamente, evangélicos). Cfr. Mc 6, 9; Mt 10, 9s;
Hech 3, 6. Ni oro ni plata.
3. No poseeremos
bienes muebles ni inmuebles, ni tendremos cuentas en el banco, etc., a nombre
propio; y, si es necesario poseer algo, pondremos todo a nombre de la diócesis,
o de las obras sociales o caritativas. Cfr. Mt 6, 19-21; Lc 12, 33s.
4. En cuanto sea
posible confiaremos la gestión financiera y material de nuestra diócesis a una
comisión de laicos competentes y conscientes de su papel apostólico, para ser
menos administradores y más pastores y apóstoles. Cfr. Mt 10, 8; Hech 6, 1-7.
5. Rechazamos que
verbalmente o por escrito nos llamen con nombres y títulos que expresen
grandeza y poder (Eminencia, Excelencia, Monseñor…). Preferimos que nos llamen
con el nombre evangélico de Padre. Cfr. Mt 20, 25-28; 23, 6-11; Jn 13, 12-15.
6. En nuestro
comportamiento y relaciones sociales evitaremos todo lo que pueda parecer
concesión de privilegios, primacía o incluso preferencia a los ricos y a los
poderosos (por ejemplo en banquetes ofrecidos o aceptados, en servicios
religiosos). Cfr. Lc 13, 12-14; 1 Cor 9, 14-19.
7. Igualmente
evitaremos propiciar o adular la vanidad de quien quiera que sea, al
recompensar o solicitar ayudas, o por cualquier otra razón. Invitaremos a
nuestros fieles a que consideren sus dádivas como una participación normal en
el culto, en el apostolado y en la acción social. Cfr. Mt 6, 2-4; Lc 15, 9-13;
2 Cor 12, 4.
8. Daremos todo lo
que sea necesario de nuestro tiempo, reflexión, corazón, medios, etc. al
servicio apostólico y pastoral de las personas y de los grupos trabajadores y
económicamente débiles y subdesarrollados, sin que eso perjudique a otras
personas y grupos de la diócesis. Apoyaremos a los laicos, religiosos, diáconos
o sacerdotes que el Señor llama a evangelizar a los pobres y trabajadores,
compartiendo su vida y el trabajo. Cfr. Lc 4, 18s; Mc 6, 4; Mt
11, 4s; Hech 18, 3s; 20, 33-35; 1 Cor 4, 12 y 9, 1-27.
9. Conscientes de
las exigencias de la justicia y de la caridad, y de sus mutuas relaciones,
procuraremos transformar las obras de beneficencia en obras sociales basadas en
la caridad y en la justicia, que tengan en cuenta a todos y a todas, como un
humilde servicio a los organismos públicos competentes. Cfr. Mt 25, 31-46; Lc
13, 12-14 y 33s.
10. Haremos todo lo
posible para que los responsables de nuestro gobierno y de nuestros servicios
públicos decidan y pongan en práctica las leyes, estructuras e instituciones
sociales que son necesarias para la justicia, la igualdad y el desarrollo
armónico y total de todo el hombre y de todos los hombres, y, así, para el
advenimiento de un orden social, nuevo, digno de hijos de hombres y de hijos de
Dios. Cfr. Hech 2, 44s; 4, 32-35; 5, 4; 2 Cor 8 y 9; 1 Tim 5, 16.
11. Porque la
colegialidad de los obispos encuentra su más plena realización evangélica en el
servicio en común a las mayorías en miseria física cultural y moral -dos tercios
de la humanidad- nos comprometemos:
- a compartir, según nuestras
posibilidades, en los proyectos urgentes de los episcopados de las
naciones pobres;
- a pedir juntos, al nivel de
organismos internacionales, dando siempre testimonio del evangelio, como lo
hizo el papa Pablo VI en las Naciones Unidas, la adopción de estructuras
económicas y culturales que no fabriquen naciones pobres en un mundo cada
vez más rico, sino que permitan que las mayorías pobres salgan de su
miseria.
12. Nos
comprometemos a compartir nuestra vida, en caridad pastoral, con nuestros
hermanos en Cristo, sacerdotes, religiosos y laicos, para que nuestro
ministerio constituya un verdadero servicio. Así,
- nos esforzaremos para
“revisar nuestra vida” con ellos;
- buscaremos colaboradores para
poder ser más animadores según el Espíritu que jefes según el mundo;
- procuraremos hacernos lo más
humanamente posible presentes, ser acogedores;
- nos mostraremos abiertos a
todos, sea cual fuere su religión. Cfr. Mc 8, 34s; Hech 6,
1-7; 1 Tim 3, 8-10.
13. Cuando regresemos a nuestras diócesis daremos a
conocer estas resoluciones a nuestros diocesanos, pidiéndoles que nos ayuden
con su comprensión, su colaboración y sus oraciones.
Que Dios nos ayude a ser fieles” (Eclesalia
Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su
procedencia).