Cada intervención del Papa es en esta
clave. Durante la homilía de la Misa que
presidió ayer, 17 de abril, en la capilla de la
Residencia Santa Marta habló de la relación entre alegría y misión y
puso como ejemplo a los primeros cristianos que con “la fuerza del Bautismo”
tenían el coraje apostólico y la fuerza del Espíritu para anunciar a Jesús.
En este contexto recordó “un suceso en
Japón, en los primeros decenios del siglo XVII, cuando los misioneros católicos
fueron expulsados del país y las comunidades permanecieron más de dos siglos
sin sacerdotes”; sin embargo, “cuando luego volvieron los misioneros
¡encontraron a una comunidad viva en la que todos estaban bautizados,
catequizados, casados en la iglesia! E incluso cuantos habían muerto había
recibido una sepultura cristiana”.
“¿Quién hizo esto?”, se pregunta el
Papa, si no había sacerdotes. Y responde con entusiasmo, fueron “¡los bautizados!”.
Somos nosotros, quienes tenemos que «anunciar a Cristo, llevar adelante la
Iglesia, esta maternidad fecunda de la
Iglesia. Ser cristiano no es hacer una carrera para hacerse un
abogado o un médico cristiano; no. Ser cristiano es un don que nos hace ir
adelante con la fuerza del Espíritu en el anuncio de Jesucristo».