Últimamente abundan los que dicen que
“esta iglesia sí”. Según ese diagnóstico, esta iglesia sí parece
remitirse al evangelio. Con esta iglesia sí sintonizan. En esta
iglesia sí podrían participar. Y suena como si lo dijeran por contraste
con otra iglesia que no (y ahí parecen apuntar a la anterior a la elección del
Papa Francisco). Es verdad que hay un cambio de talante y de énfasis en los
discursos del Papa. Que muchos gestos, o la reciente entrevista de la que tanto
se habla estos días, suponen sacudir muchas inercias y preparar el terreno para
que, al menos, se puedan discutir algunas cuestiones que necesitan ser
replanteadas. Y que muchos nos sentimos muy contentos con ese aire de
renovación.
Pero no podemos caer en ese diagnóstico
burdo que contrapone el antes y el ahora, como si se tratara de dos iglesias
diferentes. ¿Acaso no ha habido antes acogida, espacios de encuentro, gente
consagrada con radicalidad y hasta la muerte al servicio de los más heridos de
nuestra sociedad? ¿Acaso ha cambiado el evangelio? O, puestos a imaginar, ¿es
que si tras Francisco viniera un Pontífice menos carismático, menos
simpático o más regañón, habría que bajarse del barco? La iglesia es mucho más
que el papa, sea este el que sea. Es compleja, plural, llena de humana
fragilidad y pasión, de buenos deseos y de regulares realizaciones. Es
contradictoria a veces.
Trata de proclamar, de palabra, pero sobre todo de
obra, el evangelio. A veces en ella la doctrina va avanzando más lenta que las
obras, y la acogida es primero personal, y solo al final, magisterial. Por el
camino, bastante gente sufre. Muchos, desde dentro, nos hemos sentido a veces
impacientes, otras veces dichosos, a veces cansados, en ocasiones muy solos y a
menudo muy acompañados. Las diferentes sensibilidades no tienen por qué ser un
problema, sino al contrario, fuente de una búsqueda humilde de la verdad, que
siempre ha de ir encontrando resquicios para hacerse carne en culturas y
sociedades. Así ha ocurrido antes y sigue ocurriendo.
No lo fiemos todo a una personalidad, a
un carácter, a un hombre. No magnifiquemos el ahora olvidando que esto es parte
de una historia, compleja, frágil, humana y guiada por el espíritu. Por más
contentos y agradecidos que podamos estar por los gestos, la profundidad, la
sencillez y la pasión de estos momentos.
A los que hoy dicen “esta iglesia sí”,
les diría que es la iglesia de siempre, y su evangelio, y la pluralidad de
acentos y búsquedas; les diría que no es nueva la misericordia, la búsqueda de
justicia y la acogida a muchas personas en situaciones difíciles; les diría que
sí, que el cambio de acentos, de discurso y de formas del Papa a mí también me
alegra; y les diría que esta iglesia de ahora sigue siendo pecadora y limitada,
como antes y buscadora de evangelio, como siempre. Y por eso, les propondría
que el “ahora sí” sea, de verdad, un paso para conocer, con libertad y hondura,
esta iglesia real que busca respuestas.