Gaetan Kabasha. República Centroafricana.
Ayer por la noche, me oigo el pitido de un mensaje de skype en mi
ordenador. Rápidamente, me apresuro en mirar. Antes de abrir, oigo el pitido de
un segundo mensaje casi al mismo tiempo. Dos personas que me comunican
instantáneamente. Abro la mensajería y llevo la sorpresa. El primer mensaje es
de una señora conocida desde mucho tiempo. Me suele escribir desde Bangui. Esta
vez, me dice: “Te escribo desde Kigali. Ya no puedo más con la guerra. He
decidido volver a mi país”. Antes de digerir la noticia, abro el segundo
mensaje, se trata de su marido. Me escribe desde Bouar, una ciudad al norte de
Centroáfrica donde ejerce como médico. Me dice: “Mi familia ya está en Rwanda
pero yo sigo al pié del cañón, ayudando en la medida de lo posible. Pero esta
noche, estamos bajo los ruidos de las balas. Nadie sabe quien ataca a quien”.
Las dos noticias ponen de manifiesto la desesperación de la gente en ese
país. La guerra empezada por los seleka se ha ido transformando en un cúmulo de
desgracias. La última en llegar es ver a todos los extranjeros salir para sus
países. Hasta los ruandeses que vivieron
las guerras, el genocidio y otros males indescriptibles empiezan a huir. Los verdaderos especialistas de las guerras también se van. ¿qué va a ser de un país que no protege ni a los suyos ni a sus huéspedes?
Los países vecinos ya han enviado los aviones y camiones para evacuar a sus
ciudadanos. Chad sigue ex-filtrando a sus miles de habitantes, casi todos
musulmanes. El problema es que la mayoría de ellos llevan decenas de años
viviendo en Centroáfrica. Muchos ya no tienen raíces en la tierra de sus
ancestros. Se consideran centroafricanos. La guerra les recuerda que son
extranjeros. La proximidad religiosa con los seleka hace de ellos un blanco de
las represalias de los que llevan tiempo sufriendo las tropelías de esos
sanguinarios.
Pero, no son los únicos que se van. También Camerún evacua a los suyos; y
Mali; y Senegal; Y Nigeria. ¿Quién quedará?
Dejan atrás sus pertenencias entre las manos de los saqueadores. Muchos
tenían algún negocio. Todo se hunde. El país se hunde. La mayoría de ellos eran
comerciantes. Son ellos que traían al país los productos manufacturados desde
los países vecinos. Ahora que se van, el hambre que ya ha entrado en el país,
acabará acampando para largo tiempo.
Una de las hijas de mi familia adoptiva en Bangui es musulmana. Todo el
resto de la familia es cristiano. Ella se convirtió por casarse con un musulmán
para cumplir con las costumbres de la religión. Lleva velo y dice que se
encuentra mejor así, en sintonía con su marido. Con los enfrentamientos de
tinte religioso, llevamos un susto. Pasó muchos días escondida en su casa por
miedo a las milicias que se dicen cristianas. Finalmente, gracias a su rango
social y el de su marido – pues es funcionaria internacional - consiguió salir del país para Benín. Es un
caso. Pero los hay centenares o miles en la misma situación. Son
centroafricanos considerados de repente como enemigos de la nación por el hecho
de pertenecer a una religión. Algunos de ellos son gente útil para el
desarrollo del país. Se van.
Yo sigo pensando que el gran éxito del demonio es haber conseguido que los
hombres se peleen en nombre de Dios. Se oye por allí en distintos países:
ejército del señor, milicias de Dios, defensores de lo Alto y tantas
denominaciones. Desde luego, su Dios no puede ser el mío que es amor y
misericordia. El mío es el que sufre perdonando a sus verdugos.
La guerra de Centroáfrica está añadiendo más ingredientes a la miseria. El
de mis amigos - los que me enviaron simultáneamente los mensajes - es nuevo.
Las familias se ven obligadas a distanciarse, unos para salvarse, otros para
salvar a los demás. Menos mal que donde hay amor, no hay distancia.