En el Perú nos encontramos terminando el verano, a las puertas de un nuevo curso y todavía respirando las resonancias de la visita del Papa Francisco del 20 al 22 de febrero. De todos/as es sabido la trascendencia de la visita y la profundidad y profetismo de las palabras pronunciadas por el Papa. Les animo a leer sus discursos. Ahora viene el tiempo post-visita: una oportunidad para seguir respondiendo con creatividad evangelizadora a los desafíos de la realidad hoy. Sus mensajes y propuestas deben alimentar y fortalecer el caminar de esta nuestra Iglesia que se define como pobre, misionera y pascual. Es importante la reflexión sobre lo escuchado y también discernir juntos/as qué nos toca hacer mirando hacia adelante. Hacer memoria. El mensaje de Francisco res
alta las opciones fundamentales de la trayectoria de la Iglesia en América Latina y las relee a la luz de los nuevos acontecimientos históricos. Uno de los hitos fundamentales en esta trayectoria fue el Concilio Vaticano II (1965) y la relectura en la Iglesia de América Latina en la Conferencia en Medellín (1968). Un encuentro de obispos, laicos/as y religiosas/os que fue tejiendo una perspectiva de Iglesia a partir de los desafíos del momento histórico en el continente. La pregunta ¿dónde está tu hermano/a? ayuda a ir poniendo rostro a los desafíos. Pues bien, uno de esos desafíos fue – sigue siendo – la irrupción de los pobres. Es decir, el movimiento vital (a favor de la vida ante la amenaza de la muerte) por el que personas en condición inhumana (a quienes se les niegan sus derechos, sin reconocimiento personal, social ni político) comienzan a tener más presencia en el mundo: porque la buscan con determinación y coraje, porque se manifiestan levantando su voz, muchas veces en forma de clamor, porque se revelan dando a conocer situaciones silenciadas por la sola presencia masiva que nos remueve y conmueve. Una mirada de fe ante estas situaciones levanta, o debería, la pregunta por las causas porque la pobreza que, como sabemos, va más allá de la pobreza monetaria: por género, racismo, cultura, religión, etc., no es un infortunio, es una injusticia que se agrava con la indiferencia. Es decir, las diferentes condiciones de pobreza a lo largo y ancho del mundo son una consecuencia del actuar humano. Un actuar que podemos, y debemos, transformar. Ciertamente, desde la Iglesia se ha ido dando pasos incorporando esta perspectiva en la Doctrina Social de la Iglesia, especialmente desde que Juan XXIII, en la convocatoria del Concilio Vaticano II (Radiomensaje del 11 de septiembre de 1962) afirmaba que "de cara a los países pobres, la Iglesia se presenta como es y quiere ser: la Iglesia de todos, pero especialmente la Iglesia de los pobres" Es desde esta trayectoria de Iglesia donde toman cuerpo y resuenan las palabras de Francisco: “Una Iglesia pobre y para los pobres”, “Una Iglesia en salida”, “Una Iglesia samaritana” y esta misma trayectoria ha sido el contexto de su visita al Perú: “He querido venir a visitarlos y escucharlos, para estar juntos en el corazón de la Iglesia, unirnos a sus desafíos y con ustedes reafirmar una opción sincera por la defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas” (Discurso a los Pueblos Amazónicos). “Porque Somos hermanos que salimos al encuentro de los demás para confirmarnos en una misma fe y esperanza”, anunciaba en el Videomensaje previo. Así pues, la visita del Papa nos plantea una agenda temática (defensa de la vida, defensa de la tierra y defensa de las culturas) que nos invita a la reflexión para profundizar en contenidos y diagnósticos, a la revisión de nuestro anuncio de la Buena Noticia en estas situaciones y, sobre todo, a la revisión de nuestras prácticas en la vida cotidiana. Esta es la tarea que tenemos por delante y el Papa Francisco nos ha dado algunas pistas para defender la esperanza, creando motivos para la esperanza. En su encuentro con las Autoridades, la sociedad civil y el cuerpo diplomático anunciaba las prioridades: “impulsar y desarrollar una ecología integral como alternativa a «un modelo de desarrollo ya caduco pero que sigue provocando degradación humana, social y ambiental (…) que no se puede separar de la degradación moral de nuestras comunidades” que “contamina progresivamente todo el entramado vital: la corrupción, ese «virus» social que lo infecta todo, siendo los pobres y la madre tierra los más perjudicados”. Una tarea de todos y especialmente de aquellos “que ocupan algún cargo de responsabilidad, sea en el área que sea, los animo y exhorto a empeñarse en este sentido para brindarle, a su pueblo y a su tierra, la seguridad que nace de sentir que Perú es un espacio de esperanza y oportunidad… pero para todos, no para unos pocos”. Por la parte que nos toca, continúa diciendo, “Quiero renovar junto a ustedes el compromiso de la Iglesia católica, que ha acompañado la vida de esta Nación, en este empeño mancomunado de seguir trabajando para que Perú siga siendo una tierra de esperanza”. Que Así Sea.