Damián Díaz
Delegado de Misiones
Delegado de Misiones
Son
muchas las personas que, sobre todo de niños o de jóvenes, han soñado con ser
misioneros. Seguramente que lo les atraía era el aspecto aventurero o heroico
de este empeño. Que poco o nada sabían del compromiso con la tarea
evangelizadora de la Iglesia
que adquirimos todos los cristianos desde el momento de nuestro bautismo, por
pasar a formar parte de una Iglesia que es misionera por naturaleza, por
convertirnos en miembros de Cristo Sacerdote, Profeta y Rey, y porque la
participación en la Misión
universal es indicador de la vitalidad de nuestra fe.
Luego
la vida nos va encaminando a cada uno según la propia vocación, o las
circunstancias nos condicionan. Y quizá olvidamos aquellos sueños de juventud.
Otros consiguen realizar el sueño aunque no sea más que en un corto compromiso
o experiencia misionera de verano.
Pero,
en cambio, muchos van comprendiendo o ahondando en esa exigencia misionera de
la propia fe. Y buscan cooperar de diversas maneras en la Misión ad gentes. Y
entienden también que quienes han recibido una vocación particular, y se han
puesto a disposición de la
Iglesia para realizar el mandato del Señor de ir por todo el
mundo, necesitan el apoyo constante de nuestra oración, nuestra cercanía y
nuestros recursos materiales. Y se dan cuenta de que los misioneros, de manera
particular aquellos que han recibido la fe entre nosotros, y han sido enviados
desde nuestras comunidades parroquiales, son la expresión más genuina de la
misionareidad de nuestra Iglesia diocesana.
Y,
por eso, aunque no pongamos nunca un pie en África, o América, o Asia, nos
sentimos misioneros con ellos, y sabemos que con ellos también hemos sido
enviados nosotros. Les conocemos, les queremos, y secundamos sus tareas, para
no defraudar al que a todos nos llama y nos envía, y para que la Iglesia , también nuestra
Iglesia Diocesana, pueda realizar su identidad, que es misionera por
naturaleza.