Publicado en EL PAIS 30.7.2014.
Antonio Rodriguez. P. Pasionista en El Salvador
Antonio Rodríguez es un hombre
que desprende energía y confianza en sí mismo. Él se encargó de recibir en enero a EL PAÍS en
su parroquia para facilitar un recorrido por la conflictiva colonia Montreal
con pandilleros de la Mara Salvatrucha. Aquel día vestía un polo y unos
pantalones cortos. Llevaba gafas de montura fina, el pelo corto con un asomo de
tupé y una barba de candado perfilada con esmero. Al recibir a este diario, de
su oficina salió un fotógrafo alemán joven que llevaba un tiempo allí sacando
fotos de pandilleros. Rodríguez apareció sonriente y afable. Hablaba directo, como
los españoles de La Mancha, su lugar de origen, pero con algo del tono cantarín
de los salvadoreños.
Dos
detalles mostraban con claridad el tipo de lugar en el que se mueve Rodríguez.
A la entrada de su sede administrativa del Servicio Pasionista había un mural
en memoria de un asesinado: Giovanni, alias El Destino, un joven pandillero que
se rehabilitó, fue mano derecha del cura en su trabajo social con las pandillas
y terminó asesinado a balazos el año pasado a la entrada de este mismo
edificio, abatido por dos mareros subidos a una moto. El otro detalle eran los
dos policías armados con fusiles que hacían guardia en un banco de la planta
baja del edificio.
Los dos
pandilleros que hicieron de guías en el recorrido por el barrio eran
pandilleros integrados en los programas de rehabilitación social del cura,
aunque no por ello dejaban de ser miembros activos de la Salvatrucha.
El paseo
fue en coche: desde donde está la parroquia, en una zona baja de la colonia,
hasta la cima de los cerros que la coronan. De camino, el marero que lideraba
la expedición, de nombre Óscar Díaz Sigarán, alias El Diablo, un tipo de 29
años menudo y avispado, pidió a la camioneta que se detuviese en una cuesta.
Ahí señaló otro mural. Era un memorial por 13 personas que murieron calcinadas
dentro de un microbús en ese mismo punto en un supuesto ataque de la pandilla
Barrio 18 en territorio de la Salvatrucha. Luego el marero quiso seguir hasta
la cima del cerro para enseñar orgulloso una enorme pintada que hicieron en un
tanque de agua con las siglas de su mara: MS-18. Más tarde, El Diablo pidió que
se terminase el recorrido para poder llegar a la parroquia a una sesión de
rehabilitación con el Padre Toño.
En la
sesión solo había pandilleros de la Salvatrucha. El cura también trabaja por
separado con los de Barrio 18, el grupo enemigo de los primeros. El encuentro
fue a la hora de comer. Había una decena de mareros sentados en sillas que
rodeaban a la del sacerdote. La reunión duró alrededor de una hora y trató de
distintos problemas cotidianos del barrio y de la vida de los mareros. El cura
nacido en La Mancha los conocía a todos por el alias. Los trataba con cercanía
y se mostraba atento a lo que le decían. Alguno de ellos participaba, otros
solo escuchaban y miraban. Uno se quedaba dormido de vez en cuando. Le llamaban
El Abuelo, porque había llegado a una edad a la que pocos mareros llegan. Tenía
una expresión entumecida y 38 años de edad.