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27/09/2014

EL MISIONERO ANTONIO FERNANDEZ ABRIÓ LAS XIX JORNADAS DE CINE SOLIDARIO.

El jueves, 25 de septiembre, comenzaban en Alcázar de San Juan (Ciudad Real) las XIX Jornadas de Cine Solidario que, a partir de ahora y hasta el 23 de octubre, podrán disfrutarse todos los jueves en los multicines. Antonio Fernández Rodríguez, sacerdote misionero en Santo Domingo, fue el encargado de inaugurar las Jornadas este año. El religioso destacó la solidaridad de los alcazareños, habló de los proyectos que han podido realizarse en su lugar de trabajo gracias a este tipo de iniciativas e insistió en que “ahora que la crisis está haciendo que sintamos necesidad, no debemos olvidarnos de otros amigos que están lejos y que viven en crisis permanente”.

"Diamantes Negros", "Somos Gente Honrada", "La Jaula de Oro", "El Hijo de otro", "El Mayordomo" y "Khumba. La cebra sin rayas" son los títulos de las películas que componen este año la programación de las XIX Jornadas de Cine Solidario en Alcázar. Todos los jueves por la tarde, hasta el próximo 23 de octubre, los multicines Cine-Mancha se convertirán en el centro del cine solidario. Los bonos para todas las películas (23 euros) así como las entradas pueden adquirirse en sus instalaciones. La recaudación irá destinada para diferentes proyectos en países del tercer mundo como Perú, Marruecos, Bolivia, Argelia, Haití o para los refugiados del Sáhara. 

El encargado de presentar la XIX edición de las Jornadas de Cine Solidario ha sido en esta ocasión un sacerdote, misionero desde hace más de 20 años en Santo Domingo, que conoce de primera mano lo que esta ayuda supone para los habitantes de los países en desarrollo. Antonio Fernández Rodríguez explicó qué es lo que se puede hacer con el dinero recaudado en este tipo de iniciativas solidarias, que “es mucho”. Su misión, en la frontera entre la República Dominicana y Haití, ha recibido ayuda, en varias ocasiones, procedente de la recaudación obtenida en estas jornadas cinematográficas que anualmente se celebran en Alcázar.

Antonio es un hombre risueño y humilde, que se expresa con fluidez y no puede ocultar un ligero acento traído de las tierras donde desarrolla su misión religiosa y humanitaria. Pero, ante todo, lo que más destaca es la ilusión que pone en sus palabras y el profundo conocimiento de las situaciones de las que habla. Su afán no es otro que transmitir a los occidentales la extrema necesidad que viven sus “amigos” del tercer mundo y lo “mucho” que se puede hacer “con muy poco”. Y, especialmente que este poco es recibido con gratitud y alegría por aquellas gentes que “hacen una fiesta con cualquier cosa, porque entienden que no hace falta mucho para vivir y ser feliz”. Un mensaje que deberíamos aplicarnos también en occidente, especialmente en estos momentos de crisis en los que “ahora, más que nunca, que conocemos de cerca la necesidad, no debemos olvidarnos de otros amigos que están lejos y que viven en crisis permanente”, apuntaba Antonio.

Esta actitud dice mucho más que todo lo que puede contarnos acerca de los proyectos que se están llevando a cabo en Santo Domingo, que no son pocos. Gracias a la solidaridad de los alcazareños 170 niños y niñas pueden ir a cualquiera de las 4 escuelas construidas y alfabetizarse, tener otra opción de vida distinta a la agricultura de subsistencia. Se puede dar atención y educación sanitaria a cientos de personas que no tienen acceso a ella. Se pueden formar técnicos comunitarios de salud que atiendan las urgencias de sus vecinos, combatir la mortalidad infantil y los embarazos de riesgo en adolescentes, capacitar a mujeres para que asistan y acompañen a sus iguales en estas situaciones, ayudar en la producción de cultivos y bancos de semillas, evitar la desnutrición infantil, trabajar por la conservación del medio ambiente… en definitiva, combatir la pobreza y la miseria con la que conviven diariamente. “Nuestra misión es una misión viva que trata de ir dando soluciones a los problemas que surgen”, comentaba Antonio Fernández que recordó que hay más de 1.000 millones de personas en el mundo que pasan hambre y de las que “no debemos olvidarnos”. 

En cuanto a la idea de las jornadas, la solidaridad a través del cine, confesó que le parecía una “bonita idea”, con la que él se sentía muy próximo ya que su padre tenía un cine y se crio entre taquillas y butacas. “Ahora estoy en el otro lado, en el que nacen las historias”. Confía, como ya ha sucedido otros años, en que quiénes las ven en la pantalla grande tiendan la mano a los que las sufren y les transmitan el mensaje de “no estáis solos.