Oscar M. Casas Arévalo Delegado de P. Vocacional. Damián Diáz Ortiz. Delegado de Misiones.
Los seres humanos soñamos, muchas veces dormidos, pero
también lo hacemos despiertos. Vivimos de los sueños, de las ilusiones y metas
que nos trazamos en el camino que nos empujan a seguir adelante y no quedarnos
atrás. Aunque nos quejemos de que la juventud está muy distraída, que no tiene
en cuenta los valores y que va a lo suyo, sin embargo también descubrimos en
ellos que están llenos de sueños, de deseos de mejorar y salir adelante.
Pero junto a estos sueños, está también el sueño de Dios. Él
sueña con nosotros, es más, su sueño somos nosotros, su creación. “Dios quiere que
todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4)
Ese es su deseo, ese es su sueño. Por eso para cada uno de sus hijos tiene un
plan, un proyecto, un sueño que les permita ser auténticamente ellos mismos,
sin máscaras ni disfraces, pura versión original.
Es cierto que el sueño de Dios irrumpe en tu vida y puede
trastocar tus planes, para ellos, para hacer de tus sueños los sueños de Dios,
es necesario tu consentimiento, tu sí. Dios propone y el hombre es libre para
elegir. José pudo decir no, como tantos otros que, intuyendo el sueño de Dios
para sus vidas prefieren mirar hacia otro lado. Sin embargo, Dios sigue
soñando; Dios sigue lanzando su reto a valientes que quieran soñar con un mundo
mejor que sea anticipo del Reino de los Cielos.
Con la celebración de esta jornada de oración por las vocaciones
y promoción de las vocaciones nativas, la Iglesia nos invita a soñar también
nosotros el sueño de Dios para este mundo, un sueño de esperanza y alegría fundamentada
en la acción salvadora de Cristo resucitado, el buen Pastor.
¡Qué importante es que los cristianos vivamos ilusionados
con nuestra fe! Por ello debemos mantener siempre encendidas las lámparas de la
esperanza. Nuestra oración es muy importante para ayudar a sostener la vacación
de tantos hombres y mujeres que han dicho sí al sueño de Dios. Pero no es menos
importante hacernos responsables del sostenimiento de las instituciones que ayudan
a estos jóvenes a discernir el sueño de Dios, especialmente en los lugares de
misión.
Como Iglesia de Cristo estamos llamados a vivir el misterio
de la comunión. La participación en la mesa eucarística del Señor nos debe
hacer solícitos ante las dificultades que hoy encuentran aquellos que quieren
decir sí a Dios. Oremos y trabajemos para cumplir el sueño de Dios en nuestra
vida y en la vida de los que hoy, en todo el mundo, quieren soñar el sueño de
Jesús.