Bamako. Mali.
La
yihad avanza en África
Los
ataques contra cristianos en Nigeria, el conflicto sudanés, la guerra en Malí,
o el ataque terrorista en Argelia ponen en peligro la convivencia pacífica con
el Islam en África subsahariana. «Los extremistas islámicos quieren barrer el
cristianismo y la cultura occidental», reconoce el misionero Manuel Gallego. El
siguiente paso es Europa. Mientras, la Iglesia permanece: sana las heridas y
educa las conciencias.
La
imposición de la sharia avanza a pasos agigantados en África subsahariana.
Países como Sudán, Mauritania, Níger, Nigeria, Chad, Eritrea, Burkina-Faso y
ahora Malí e, incluso, Argelia en el norte, sufren las consecuencias del avance
del islamismo radical, que penetró en el continente africano, hace 30 años, por
el Cuerno de África y, paso a paso, va aumentando su área de influencia. «El
cinturón del Sahel -desde Eritrea y Somalia hasta Mauritania- es un territorio
estratégico porque, además de implantar la ley islámica, los terroristas
buscan, en este territorio que cruza África y conecta con Europa, la libre
circulación de armas y droga, que es el comercio del que se nutren
económicamente», afirma Manuel Gallego, de la orden de los Misioneros de
África, que lleva desde 1977 en Malí. «Ahora están centrados en Malí porque
quieren que sea una plataforma para llegar al norte de África, y por
consiguiente, a Europa», añade el misionero; «esta situación es muy grave, pero
no sólo para nosotros, sino a nivel internacional, porque los extremistas
islámicos quieren barrer el cristianismo y la cultura occidental».
Cierto
es que, aunque la expansión de la sharia por territorio africano comenzó hace
20 años, es en la última década cuando se ha radicalizado de forma preocupante.
Uno de los motivos es, según el arzobispo de Accra -Ghana-, monseñor Charles
Palmer-Buckle, «que, hace dos décadas, muchos musulmanes africanos fueron a
estudiar a Arabia Saudí, Egipto, Libia e Irán. Al regresar, volvieron
contagiados del fundamentalismo», algo desconocido hasta entonces en el
continente africano, «donde había una convivencia pacífica con el Islam».
Otro
de los motivos fue «el nacimiento de Al Qaeda, grupo terrorista que se afianzó
tras el regreso de los combatientes argelinos a su tierra, en la década de los
90, tras la guerra de Afganistán», explica don Justo Lacunza Balda, misionero
de África y Rector emérito del Instituto Pontificio de Estudios Árabes e
Islámicos, de Roma. «Se han extendido como el aceite, y ahora son sus células
las que operan en el resto de países, como Boko Haram en Nigeria, Ansar Dine en
Malí, o el MUJAO -Movimiento para la unidad y la yihad en África occidental-,
con el objetivo de controlar el petróleo, las instituciones y el Estado». Ahora
toca esta zona de África, porque, en otros países, ya lo han conseguido: «Sólo
hay que mirar a Egipto, con los Hermanos Musulmanes, que tras 82 años han
llegado al poder y han tomado las riendas del Estado; o los partidos que han
ganado las elecciones en Marruecos, Túnez, y pronto en Libia... Poco a poco, se
va cumpliendo la Declaración de Guerra que firmó Al Qaeda en 1996, contra los
americanos, los cruzados -los cristianos- y los judíos», recuerda Lacunza.
Aunque «se están cebando con los cristianos -reconoce-, porque son considerados
como sus principales enemigos», ya que es la religión mayoritaria en el
continente. Sólo hay que mirar los constantes ataques terroristas a las
iglesias en Nigeria, los asaltos a capillas en Tanzania y Kenia o los destrozos
que los islamistas han hecho en los mausoleos y lugares de peregrinación en
Somalia.
La
miseria, caldo de cultivo
La
miseria africana es el caldo de cultivo para los terroristas, porque para
islamizar África se necesita gente, mucha gente. Pero Al Qaeda y sus células lo
tienen fácil: «Pagan bien a los jóvenes para que se enrolen en sus filas»,
explica Manuel desde su despacho de la catedral católica de Bamako, capital
maliense; «alrededor de 500 euros al mes, un sueldo formidable. La mayoría de
los muchachos no tienen nada y ellos les ofrecen un trabajo y un ideal de
vida», añade.
Pero
no todos los musulmanes están de acuerdo con el fundamentalismo: «Hay una lucha
intestina entre las diferentes facciones del Islam», reconoce Lacunza. De
hecho, el diálogo y trabajo conjunto entre cristianos y musulmanes, preocupados
por la radicalización de su religión, es ejemplar en países como Nigeria. Pero
en momentos de tensión, como ocurre estos días en Bamako, aumentan los
«conflictos en la ciudad, hasta el punto de parar a hombres con barba larga y
cortársela, o denunciar a alguien por ir vestido de forma árabe. Incluso, se
han llegado a matar a familias tuaregs que venían a refugiarse al sur», al
creer que eran infiltrados de los rebeldes, explica Manuel.
Más
allá del conflicto, en Malí se va a necesitar «trabajar en la educación de las
conciencias, para erradicar las semillas plantadas por el fundamentalismo
religioso», ha declarado, en varias ocasiones antes y después del conflicto, el
arzobispo de Bamako, monseñor Jean Zerbo.
Guerra
abierta en Malí
Para
entender por qué los terroristas islámicos se han parapetado en el norte de
este país de África occidental, hay que remontarse a su historia. Los primeros
rebeldes del norte fueron las tribus tuaregs, que, tras la colonización,
sufrieron un mal reparto de los territorios -además de la diferencia étnica con
sus compatriotas del sur-. Fue a finales de 2011 cuando tomaron más fuerza,
gracias al apoyo de los que volvieron cargados de armas de la guerra en Libia.
Tanta fuerza tenían, que el ejército protagonizó un golpe de Estado en marzo,
tras varias semanas de protestas, por el malestar ante el manejo del Gobierno
de la rebelión tuareg. Los soldados reclamaban más armamento y apoyo
gubernamental para sofocar la revuelta.
Fue
tras el estado de parálisis provocado por el golpe de Estado, cuando los
movimientos islamistas, que habían acudido a ayudar a los tuaregs, aprovecharon
para tomar las ciudades de Kidal, Gao y Tombuctú. Ante el temor de un posible
avance al resto del territorio, el ejército francés -acompañado por tropas africanas-
está bombardeando el norte del país desde el 11 de enero. El arzobispo de
Accra, en una entrevista a Radio Vaticano, se pregunta «cuál es el verdadero
propósito de la intervención francesa», y alude a una posible «recolonización»,
en referencia a los intereses económicos galos en la región. «Francia también
intervino en Costa de Marfil, y es un país que no tendrá paz en los próximos 25
años», recuerda el arzobispo, y reconoce «estar decepcionado con las potencias
occidentales», a las que no cree «defensoras de los que sufren». Pero, según el
padre José Morales, Provincial de los Padres Blancos que ha vivido en Malí
desde los 25 años -ahora tiene 68 y está en España-, «si Francia no hubiera
intervenido, ya estarían los yihadistas en Bamako destruyendo todo lo que es
cristiano, cortando manos, imponiendo la sharia y comerciando con drogas». Y
concluye: «Los franceses han tenido la valentía de hacer lo que los demás no
hacen, porque tienen miedo a represalias».
Aunque
Argelia ya ha sufrido las consecuencias por «colaborar con Francia en la guerra
contras los islamistas en Malí, al permitir el paso de tropas por el espacio
aéreo y cerrar la fronteras con el Azawad»: así lo ha revelado la Brigada
Mulazamin, encabezada por el ex dirigente de Al Qaeda en el Magreb, Mojtar
Belmojtar, quien preparó el ataque a la planta de gas en In Amenas, en la que
han fallecido 37 rehenes de ocho nacionalidades, y cinco más siguen
desaparecidos. Según los terroristas, no será el único ataque. «Prometemos a
todos los países que participan en la campaña que llevaremos a cabo más
operaciones si no revierten su decisión», han señalado en un comunicado.
Misioneros:
No nos vamos
Son
24 los misioneros españoles que viven su vocación en Malí. Ahora, están todos
reagrupados en la capital, «por petición explícita de los obispos», señala
Manuel Gallego. «En las misiones del norte se han quedado los sacerdotes y
religiosas africanos, porque si los islamistas llegan a una misión, los
primeros en ser asesinados somos los misioneros europeos, porque representamos
el cristianismo y la cultura occidental», añade. En Bamako, reconoce que, de
momento, «estamos seguros», pero las embajadas «nos piden que volvamos a
Europa, porque somos un problema para el Estado. Imagina que llegan hasta la capital
los rebeldes: el primer sitio donde van a atacar es una casa con 30 Padres
Blancos», afirma. «Para matarnos, o para secuestrarnos. Pero no nos vamos». No
es una teoría. Las últimas noticias son que los rebeldes han atacado la ciudad
de Djabali, a 400 kilómetros de la capital. «Nos han contado que lo primero que
hicieron al llegar a la ciudad fue atacar la iglesia e instalarse allí,
mientras el catequista tuvo que huir con el Santísimo», explica la misionera
valenciana Felisa Alcocer, que lleva diez años en Bamako.
Pero
los misioneros en Malí, ahora, tienen más trabajo que nunca, para atender a las
cerca de 400.000 personas refugiadas de los territorios del norte que buscan la
paz en la capital -otros se han marchado a Níger, Burkina Faso y Mauritania-.
Monseñor Zerbo ha pedido a Cáritas Internacional «apoyo, ante el nuevo período
de sufrimiento que comienza para el pueblo maliense». Los refugiados ya
necesitan subsanar necesidades básicas de alimentación, agua potable y
antipalúdicos. También los heridos en el frente, a quienes visitaron los
obispos de la Conferencia Episcopal maliense para ofrecerles consuelo moral y
espiritual, necesitan atención médica y quirúrgica urgente.
Cristina
Sánchez Aguilar
Alfa
y Omega, 24 enero 2013.