Monseñor Joaquín Jimeno (Obispo misionero en Argentina).
Hernana Rocío Díaz (Villas Miserias, Argentina ).
"Las calles de Buenos Aires lo
han visto caminar muchas veces visitando un hospital, yendo a comprar el
diario, abriendo la reja del Arzobispado o acompañando a los más pobres",
afirma monseñor Joaquín Jimeno, obispo
misionero español en la diócesis de Comodoro Rivadavia (Argentina).
"El Jueves Santo de 2008 lavó los pies a doce drogadictos en la
catedral", cuenta como ejemplo de su humildad. Este obispo turolense que
está al cargo de una diócesis de 140.000 kilómetros cuadrados -un tercio de
España-, conoce al Santo Padre desde hace 15 años.
"Su casa fue casa de encuentro
para todo tipo de interlocutores: pobres, ricos, empresarios, obreros.",
continúa el prelado. "Sé que es la persona que nuestra amada Iglesia
necesita para los retos de la Nueva Evangelización". Destaca sobre todo su
impulso misionero, ya que, según el obispo misionero español, "no sólo
cuida las ovejas, sino que las hace salir del corral para ser una Iglesia
misionera".
La hermana Rocío Díaz realiza su
labor misionera en la Villa Nueva Esperanza, una de las "villas
miserias" de Buenos Aires. Conoció personalmente al cardenal Bergoglio en
un momento histórico y silencioso. Después de la Conferencia de Aparecida, en 2007, los obispos latinoamericanos
quisieron lanzar una misión continental. Como paso previo, varios obispos,
-entre los que figuraba el actual Papa-, decidieron experimentar la misión de a
pie, llamando puerta a puerta.
De entre todas las villas, eligieron
la de Nueva Esperanza, y junto con Rocío Díaz y varias hermanas, los obispos
estuvieron una semana visitando todas las casas de la zona, anunciando el
Evangelio. "En ningún momento quisieron que esta misión fuera pública,
quisieron actuar en absoluto silencio, alejados de las cámaras", afirma la
misionera. Desde ese momento, el cardenal Bergoglio mantuvo una relación muy
cercana con las hermanas y con la Villa.
"Había que ver las caras de la
gente cuando fue elegido como Papa, se les caían las lágrimas de emoción",
afirma la religiosa, que de un modo muy expresivo explica cómo se oían gritos
de alegría en la calle, y cómo muchísima gente -también personas que no van
habitualmente a Misa- se acercó a la Iglesia a celebrarlo. Según la religiosa,
todo el mundo sabía que el cardenal Bergoglio pedía siempre que rezaran por él.
"Yo inmediatamente le escribí un mail a Su Santidad y le dije: ahora
tendré que rezar doble o triple".