Jesús Alvarez Alcaide.
Hace
16 años salí de la diócesis de Ciudad Real para trabajar en la misión ad
gentes. Después de un año de preparación misionera, fui destinado a trabajar en
República Dominicana. Durante 8 años trabajé en diferentes comunidades
cristianas de la zona fronteriza con Haití. Después de dos años de estudios en
Madrid, fui elegido en el 2008 para coordinar durante cinco años el
Departamento de Formación del IEME (Instituto Español de Misiones Extranjeras);
tarea que finalizo este curso.
Han sido 16 años llenos de
experiencias y tareas que me han ayudado a crecer como persona y como
sacerdote: encuentro e inserción en una cultura distinta a la mía, acompañar
comunidades cristianas que estaban naciendo, ayudar a la formación de
futuros/as misioneros/as, acompañar a los laicos de OCASHA (Institución
misionera laical), dirigir la revista “Misiones Extranjeras”,… y otras muchas
que no es preciso detallar.
Durante estos años siempre he hecho
el esfuerzo de no desvincularme de la diócesis que me enviaba a la misión, pues
he tenido, y tengo, claro que no soy un misionero “francotirador” sino que mi
vida y mi trabajo son extensión del dinamismo y vivencia misionera de la
diócesis de Ciudad Real. A veces, en plan de broma, los sacerdotes de estábamos
en República Dominicana decíamos que “éramos un arciprestazgo de Ciudad Real en
el extranjero”. Por eso, he hecho gratamente el esfuerzo de mantenerme siempre en
contacto y comunicación con el Obispo, el Delegado de Misiones, compañeros
sacerdotes, amigos y personas interesadas en el mundo misionero…a través de
cartas, visitas, testimonios, etc…
Pasados estos 16 años, y después de
un tiempo de discernimiento y reflexión, por diversas circunstancias he decido
reintegrarme de nuevo a trabajar en la diócesis.
No ha sido una decisión fácil,
pues el “gusanillo” misionero siempre se mueve, pero creo que mi lugar por
ahora ha de ser la reinserción en la diócesis. Y aunque la nostalgia de la
misión me sigue acompañando, sí he de decir que me encuentro actualmente muy ilusionado
en esta nueva etapa de mi vida. Aparecen inquietudes y sentimientos similares a
cuando hace 25 años me ordené de sacerdote y esperaba ilusionado mi primer destino de trabajo.
Soy consciente de que las cosas no
son igual a cuando, hace 16 años, decidí marchar a la misión. Muchas cosas han
cambiado en la diócesis, otras van a ser totalmente novedosas para mí. Son
muchos los retos y desafíos que se me van a presentar después de estos años de
ausencia. Pero nada de ello aminora mi ilusión. Todo lo contrario; considero
que va a ser un “volver a empezar”: volver a aprender, dedicar tiempo a ver y a
escuchar,…Tiempo de conocer humildemente la nueva realidad y de adentrarme en
ella progresivamente.
Me ilusiona especialmente el poder
ser fermento y dinamismo misionero allí donde me encuentre. Quiero que mi
experiencia misionera pueda servir para no perder en nuestras tareas pastorales
la dimensión universal de la Iglesia. Desde el primer momento me ofrezco para
colaborar con todas las iniciativas misioneras que se puedan llevar a cabo en
la diócesis y quiero ser testimonio para el resto de sacerdotes diocesanos de
que todos estamos llamados a servir a la Iglesia universal, y que el ser
misionero diocesano es una vocación que no podemos de dejar de potenciar en
nuestros planes pastorales.
Gracias todos por vuestra acogida y
por facilitarme “la vuelta a casa”.