Anastasio Gil director nacional de Obras Misionales Pontificias. (El Pais)
"13.000
misioneros españoles en el mundo, repartidos en 130 países...".
No son pocos, dentro y fuera de la Iglesia, los que se están
preguntando en dónde radica la clave del pontificado del papa Francisco. Este
periódico es testigo de la sorpresa que, día a día, está generando ese humilde
seguidor de Francisco de Asís y discípulo aventajado del eficiente Ignacio de
Loyola. Las perspectivas a la hora de abordar las causas de esa capacidad del
Papa de introducirnos en la novedad del Evangelio, de ponerse a la cabeza de
las críticas a las estructuras temporales de la Iglesia, y de pedir el cambio
del corazón como motor de una humanidad nueva, son múltiples y no siempre
concordantes. Si, como dicen algunos, en este mundo ya no existen los hechos,
solo las interpretaciones, el papa Francisco, como buen líder moral, va ganando
la partida y se adelanta con frecuencia incluso a la multitud de intérpretes,
más o menos acreditados, de sus obras y de sus palabras.
En estas vísperas del Domund, ese día en el que la Iglesia se
vuelve algo menos discutible en la plaza de la opinión pública gracias al
testimonio de quienes no distinguen entre Evangelio y periferia,
voy a proponer
una clave interpretativa del pontificado del papa Francisco y del nuevo rostro
que la Iglesia presenta a la sociedad. La clave del papa Francisco radica en el
método misionero del primer anuncio. De ahí que, como podemos testificar en la
sede de Obras Misionales Pontificias, el entusiasmo con que los misioneros
están viviendo este tiempo de la Iglesia no habla del Papa, sino de ellos
mismos. El papa Francisco está confiriendo al papado la forma misionera de
entender y de practicar el Evangelio en la historia. El concepto de misión del
obispo de Roma procede de su experiencia en las situaciones de ultimidad
antropológica, en su comprensión de la relación entre el Evangelio y los
pobres, y en su radical propuesta de un cristianismo que mira a cada hombre y a
cada mujer a los ojos, sin prejuzgar, al tiempo que hace silencio para escuchar
el latido de su corazón. Un silencio que no pregunta, solo escucha y acompaña.
El concepto de la misión del papa Francisco, el papa de las
periferias geográficas y existenciales, es primero patrimonio, para toda la
Iglesia, de los misioneros. Es patrimonio porque es su experiencia, su
circunstancia vital, su proyecto de vida. Por más que nos empeñemos en buscar
fórmulas mágicas, no hay en la comunidad cristiana otro método de relación con
los que están más lejos, o con los que están más cerca, que el que practican
cada uno de los 13.000 misioneros españoles en el mundo, repartidos en 130
países, con una media de edad de 70 años. Las categorías clásicas han dejado de
tener vigencia. La distancia de cada corazón al Evangelio y a la posibilidad del
encuentro con Jesús de Nazaret ya no se mide con conceptos y con palabras, se
mide con la experiencia.
El mensaje que Francisco ha entregado a la Iglesia y a la
humanidad con ocasión de esta jornada es una invitación a salir “del propio
ambiente” para llevar este aliento universal también a los “suburbios”, a la
humanidad. Interpela a los cristianos, y a cualquier persona de buena voluntad,
para que seamos capaces de salir al encuentro de los que están lejos, con
signos y gestos significativos, como testimonian con sus vidas los misioneros.
“Hago un llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con
generosidad a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener
miedo de ser generosos con el Señor”. Ha llegado la hora de dejar al lado una
vida supuestamente cristiana, instalada en mirar cómo otros se entregan a los
demás, para pasar a tomar parte activa en la encrucijada a la que ha convocado
el Señor de la vida y de la historia. Por eso Francisco entrega su bendición a
quienes llevan la delantera: “Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras
y a todos los que acompañan y apoyan este compromiso fundamental de la Iglesia
para que el anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la
tierra”. Ellos no necesitan tanto ser admirados y contemplados cuanto ser
ayudados e incluso imitados.
En este primer año del pontificado del papa Francisco, el Domund,
esa fecha que está presente en el imaginario de la sociedad española, es una
definición de su esencia: el Domund de las periferias para colaborar con los
misioneros. Una jornada en la que se nos invita a salir de nosotros mismos, de
los límites a los que llega nuestra mirada, nuestra capacidad de producir, de
consumir, de poseer, para encontrarnos con quienes no nos aportan más que su
presencia profética. No son muchos en este momento de la historia los que
hablan de los pobres, piensan desde los pobres y con los pobres. No son pocos
los que han convertido a los pobres en una categoría despersonalizada que se
conjuga con los sinónimos de pobreza. Sin embargo, los misioneros, esos héroes
de lo cotidiano en un mundo sin mitos ni leyendas, nos están hablando de la
posibilidad de hacer de la caridad la semilla de la justicia y condición de la
esperanza. Por eso desde Obras Misionales Pontificias lanzamos un reto
comprometido: “Yo también soy Domund”, el Domund de las periferias.