“...que el miedo no presida nuestras vidas.
Valemos mucho más. La dignidad humana no cotiza en bolsa pero es nuestro valor
más preciado. Que no la coloquemos a los pies del caballo desbocado del miedo”.
El poder del
miedo es voraz. Su efecto inmediato es la paralización de la sociedad civil que
asiste incrédula al progresivo empobrecimiento del país, al desahucio cotidiano
de decenas de familias de sus casas, al recorte de derechos, al secuestro de la
democracia y a la sensación de que todos somos rehenes de eso que los medios de
comunicación han acordado en llamar mercados y que parece cuentan con
sentimientos y rostro casi humano, y que eclipsa a los miles de rostros
concretos de gente que está sufriendo los efectos de una crisis que el mismo
sistema basado en el libre mercado ha producido.
Días atrás, un prestigioso educador expresó que en estos tiempos
hay que atender menos a los noticiarios y escuchar más música, con el fin de
que el miedo no nos atrape del todo. Yo pienso que más bien hemos de armarnos
pacíficamente frente a este monstruo. Frente al miedo, pues, frescura para no
dejarnos enredar con el cuento del precipicio, del borde del mismo o de la
caída libre; frente al miedo, indignación para poner nombre a los causantes de
tanto desastre y para rescatar a las verdaderas víctimas inocentes de esta
tragedia colectiva; frente al miedo, agilidad para que nadie quede en la
cuneta, solidaridad organizada o espontánea en la ONG o en la comunidad de
vecinos o en la parroquia; frente al miedo, profetismo para denunciar los
ídolos que están causando tanto desastre y que hacen del mundo globalizado un
cortijo dirigido por los nuevos señoritos especuladores; frente al miedo,
serenidad para colocar las cosas en su sitio, para no trata todo de la misma
manera, para saber diferenciar y relacionar; frente al miedo, calor humano para
sabernos esperanzadamente vinculados aún por la bondad que nos hace ser mejores
personas; frente al miedo, buscar la contra información adecuada que no
encontramos en los medios convencionales que más venden; frente al miedo, paseo
por la tierra de los datos concretos y reales que no solo hablan de más pobreza
sino de más solidaridad y más gente que se acerca al mundo del voluntariado;
frente al miedo, el reto de pensar por nosotros mismos con autonomía y libertad
y crear un pensamiento-acción verdaderamente alternativo; frente al miedo, la
dignidad de los excluidos del sistema que nos recuerdan que lo posible es real
cuando le vamos poniendo rueditas al carro de nuevos proyectos, con imaginación
y creatividad.
Frente al miedo, atender a los noticiarios con pensamiento
crítico y escuchar música disfrutándola. Todo eso y mucho más, pero eso sí, que
el miedo no presida nuestras vidas. Valemos mucho más. La dignidad humana no
cotiza en bolsa pero es nuestro valor más preciado. Que no la coloquemos a los
pies del caballo desbocado del miedo.