Angela Chicharro Moreno. JMV en Bolivia.
«Entre los dos destinos llevo más de siete años fuera de casa», explica la joven de 34 años, que fue enviada a un lugar y a otro por Juventudes Marianas Vicencianas (JMV) y Misioneros Seglares Vicencianos (Misevi) movida por «la fe en Dios». En ambos ha trabajado siempre con la infancia. Concretamente, en Sacaba trata de ayudar a romper con el aislamiento y la violencia que protagonizan la marginalidad de quien nada en ella. «El programa Imaynalla Kasanki es de apoyo escolar, pero sobre todo de seguimiento para prevenir y atender situaciones que a veces son muy dolorosas», explica Ángela incidiendo en que «son niños y adolescentes que han nacido en el seno de familias desestructuradas y sin recursos que, además, tienen problemas de drogas y alcohol, malos tratos y abusos sexuales».
Asimismo, entre el resto de proyectos sociales, destaca la casa de acogida a maltratadas, el programa de promoción de la mujer con grupo de artesanía textil, la guardería destinada a niños con problemas de salud, nutrición y aprendizaje, el centro de rehabilitación y educación especial 'Sigamos', la pastoral penitenciaria del penal de Sacaba y el consultorio médico. «Escuchamos lo que necesitan y estamos al lado de ellos», precisa Ángela, que ya vio despertar su vocación en el colegio María Inmaculada de Puertollano, en mano de la congregación religiosa Hijas de la Caridad.
Compromiso social. No en vano, según señala, en su casa siempre ha estado muy presente el compromiso social. «Mis padres siempre han hecho que esté atenta a las necesidades de los demás», confiesa una mujer para quien «la misión es una parte fundamental de la Iglesia». «Es la necesidad de llevar el evangelio a cualquier parte del mundo y extender una mano amiga», resume teniendo muy presente que «Dios hace a los locos y el viento los amontona». Para ella, «la vocación misionera es un regalo y poder vivirla, madurarla y cuidarla todos los días es una bendición».