D. Gerardo Melgar. Obispo de Ciudad Real.
Celebramos en este domingo
el Día del Misionero Diocesano.
Han pasado más de 20
siglos desde que Jesús encomienda a la Iglesia la misión de ir por el mundo y
anunciar el evangelio a todos los pueblos: «Id, pues, y haced discípulos a
todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28, 19-20).
Dicha misión, después de tanto tiempo, se encuentra en los comienzos, advertía
Juan Pablo II
Esta sigue siendo hoy la
misión de la Iglesia, una misión que hoy le exige ser una Iglesia de puertas
abiertas, para poder salir fuera de ella a buscar, en las periferias
existenciales, a aquellos que no conocen a Cristo, o se han olvidado de él, o
han reducido su fe a una vivencia que no molesta a nadie, pero que no llama la
atención tampoco a nadie; una Iglesia de puertas abiertas para saber recibir a
aquellos que han recibido la gracia de la conversión.
El evangelio y la
vinculación a Cristo es la fuerza de donde brota la fuerza que el evangelizador
necesita para vivir como discípulo de Cristo y llevar el mensaje salvador al
corazón del mundo, convirtiéndose en portador de la alegría del evangelio.
La vida entregada de
nuestros misioneros diocesanos es una vida llena de alegría y de esperanza, porque
viven la experiencia de salir de sí mismos, venciendo la tentación del
individualismo y del egoísmo, que promueve la indiferencia y les hace incapaces
para compadecerse de los clamores de los demás; para dedicar su vida por entero
a la vivencia y al anuncio del evangelio a quienes más pueden necesitarlo.
Todos los bautizados
hemos recibido esta misión de llevar con valentía el mensaje salvador de
Cristo y la luz del Evangelio a todos las periferias existenciales que lo
necesitan; y todos y cada uno de los bautizados debemos sentirnos responsables
de la evangelización de nuestro mundo y del anuncio del evangelio en todos los
hombres y mujeres de todos los tiempos, y por lo mismo, nosotros de los hombres
y mujeres de nuestro momento actual.
La celebración del “día
del misionero diocesano” debe concienciarnos de que todos, por el hecho de
estar bautizados, somos responsables de la evangelización del mundo, estemos
donde estemos.
Todos estamos llamados a
ser misioneros donde quiera que nos encontremos. Necesitamos implicarnos
todos, estemos donde estemos y vivamos donde vivamos; los que van a tierras
lejanas a dar a conocer a Cristo y su Evangelio y nosotros que vivimos en
nuestra patria, en nuestra ciudad, en nuestro pueblo, en nuestra familia.
Hoy, junto a nosotros,
hay tantas personas indiferentes a todo lo que suene a Evangelio o a Jesús;
personas que no conocen a Cristo, porque nadie les ha hablado de Él, ni con la
palabra ni con el testimonio; personas que creyeron porque así se lo enseñaron
sus padres y hoy no creen porque se han dejado dominar por la llamada de un
mundo fácil y de placeres pasajeros.
Todos ellos están cerca
de nosotros y necesitan de alguien que les anuncie a Jesucristo: en nuestras
propias familias, en nuestros pueblos y ciudades, en los ambientes en los que
nos movemos cada día.
Este anuncio pide de
nosotros, como seguidores de Jesús, una vida realmente coherente con nuestra
identidad de seguidores y discípulos suyos, que con nuestra palabra, pero sobre
todo con nuestro testimonio coherente, seamos valientes testigos y portadores
de Cristo y su mensaje al corazón de nuestro mundo.
Tengamos nuestra vida de
cada día bien enraizada en Cristo, el evangelizador por excelencia, para que a
ejemplo de María seamos portadores de su persona y su mensaje, como lo fue
ella, y también como ella, podamos experimentar la alegría y el gozo en
nosotros de ser testigos y portadores de Cristo y su mensaje para los demás.
+ Gerardo