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19/10/2017

"SE VALENTE, LA MISIÓN TE ESPERA. "

José Muñoz. Mercedario. 
Sé valiente, la Misión te espera. 
Cualquiera que escuche esta frase puede suponer que lo que se propone no es, o no va a ser nada fácil. Quizá no sea la más apropiada para espíritus dudosos, pero entiendo bien que su propósito es animar a aquellos que sienten ya alguna inquietud en su interior y escuchan la llamada que les invita a seguir este camino.
Mi primera experiencia en la misión, en el África profunda, allí donde se dan cita los nacimientos de los dos grandes ríos de África, el Nilo y el Zaire me confirmó en la seguridad de encontrarme en un lugar familiar, porque a pesar de la dificultad del lenguaje y de la diferencia de costumbre me sentí plenamente acogido, no importa que fueran pequeños o grandes, siempre encontrabas una palabra amable, un saludo, o un gesto que te hacía sentir en tu casa. El problema es que no podemos controlar todo lo que acontece a nuestro alrededor y surgen imponderables que nos superan, cuando surge una guerra, nadie se encuentra a salvo, pero aun en esas situaciones, frente a actitudes hostiles y agresivas que siempre están a flor de piel, descubres gestos de altruismo y generosidad que te permiten seguir creyendo en las personas.
Durante el tiempo que pasé en Rwanda coincidió uno de esos momentos que te obligan a ser valiente, aunque uno no sea guerrero. Nunca se está suficientemente preparado para afrontar esa situación, menos cuando te tienes que convertir en refugiado en tu misma misión, buscando los lugares más alejados del campo de batalla, y al mismo tiempo te tienes que preocupar de otros refugiados que vienen de más lejos con apenas lo suficiente para subsistir algunos días. Entonces teníamos que echar mano de esa valentía y volver a la parroquia para recuperar víveres, y al hospital a buscar medicinas, atravesando barreras de militares y confiando que siendo religiosos respetaran nuestras vidas.  Pero uno confía en aquel que nos ha llamado y que nos acompaña en los momentos más difíciles.
Pero no podemos estirar de forma permanente algunas  situaciones, cuando dos años después de haber recuperado la tranquilidad, siguiendo con nuestras tareas de misión, se recrudecieron los combates, tras haber presenciado el apresamiento de algunos feligreses, escondidos en la misión,  y conocer su posterior ejecución, nos planteamos la presencia en el lugar. Quizá sea uno de los pocos momentos en que todos, o casi todos los misioneros nos hemos visto obligados a salir del país. A los pocos meses volvimos, pero no a la misión, sino a trabajar con los refugiados que esa guerra había generado, y no se puede hablar de valentía, era más bien una cuestión de compromiso.  Acompañar los campos de refugiados en el Zaire, nos sirvió para aprender, para descubrir la capacidad que tiene el ser humano de superar las adversidades y para contemplar como personas que apenas tienen esperanzas siguen creyendo y confiando.

Ahora me encuentro en un lugar más tranquilo, en Santo Domingo, aunque el barrio en el que estoy sufre también a causa de la violencia, los robos, la inseguridad, pero en general la gente es acogedora y dialogante, lo que te permite mantener tus convicciones y poder sentir que allí también estás en tu casa.