Antonia Sanchez Morocho. Misionera Comboniana en Uganda.
Corría el final del 1918 cuando el primer grupo de
Misioneras Combonianas llegaba a Uganda después de un largo viaje a través de
Egipto y Sudán. Llevaban poco equipaje (habían hecho la mayor parte del viaje
en camellos, el resto navegando Nilo abajo). Pero, eso sí, iban cargadas de
entusiasmo y de una fe de roca en Dios que las había llamado y enviado a
compartir la Buena Noticia de Jesús con aquellos hermanos y hermanas aún
desconocidos pero ya amados. El carisma de Daniel Comboni las acompañaba y las
llenaba de esperanza. No sabían lo que iban a encontrar pero estaban seguras de
quien las guiaba y les daría fuerzas para vivir en esas tierras hasta entonces
desconocidas.
Uganda era entonces Protectorado Británico y ya existían
algunas escuelas, pero solo para niños y jóvenes; las niñas en casa a barrer,
cocinar, etc!
Se establecieron en Gulu, región del norte de Uganda en
una cabaña igual a las que habitaban las gentes de allá, los Acholis, una tribu
nilótica que se caracterizaba (y se caracteriza) por una fuerte y enérgica
personalidad. Los hombres eran fuertes y valientes guerreros. Esto se puede
apreciar aún hoy en sus danzas tradicionales llenas de un ritmo casi frenético
y de una gran fuerza.
Para iniciar su labor misionera, las cinco Hermanas se
dedicaron con determinación a aprender la lengua local, ya que sabían que sin
ella no podrían comunicar el Mensaje del que se sabían portadoras. Apenas
aprendieron las primeras palabras empezaron a visitar a las familias. Los niños
las seguían a todas partes porque eran “cosas raras” y ellas aprovecharon de su
presencia casi constante para aprender la lengua, y así se convirtieron en sus
mejores maestros y amigos.
No tardaron en darse cuenta de que, en un pueblo de
guerreros, las niñas eran consideradas secundarias;
su cometido: ser madres, trabajar los campos, preparar las comidas y poco más.
Aprender a leer y escribir, estudiar una carrera u oficio, ni soñando.
Pero ellas soñaron y pronto organizaron una escuelita
bajo un árbol y reunieron un pequeño grupo de niñas con las que conversaban. A
decir verdad alumnas y maestras intercambiaban papeles: las Hermanas enseñaban
a las niñas el Padrenuestro y les hablaban de Dios y las niñas enseñaban a las
hermanas su lengua, costumbres, tradiciones, etc.
Quizás por curiosidad, o porque realmente les gustaba lo
que las Hermanas decían, el grupo aumentaba. Viendo el interés de la gente
menuda, las hermanas se animaron y empezaron a visitar a las familias. También
los adultos empezaron a mostrar interés por lo que estas mujeres “raras” decían
sobre un tal Jesús que había venido a este mundo a enseñarnos a todos que Dios
el Todopoderoso “Rubanga Maleng” es nuestro Padre y nos ama porque somos sus
hijos e hijas.
Entre las hermanas había alguna con conocimientos médicos
y empezaron también a tratar algunas dolencias como la malaria, ulceras,
desnutrición infantil… Esto aumentó el aprecio de la gente y pronto la casita
de las hermanas se convirtió en un lugar muy frecuentado; ellas mismas escriben
en la crónica de la comunidad: “El
continuo ir y venir de la gente local dentro y fuera de nuestra casa, ha
gastado el piso de la salita y el de la baranda” .
Al primer grupo se fueron uniendo otras Combonianas. En
1936 estaban presentes en 9 estaciones misioneras esparcidas por toda la parte
norte de Uganda. En colaboración con Los Misioneros Combonianos, fundaron
escuelas (generalmente femeninas), hospitales, abrieron catecumenados y centros
para formación de catequistas. Muchas de estas instituciones funcionan aún hoy
y son centros educativos de prestigio a nivel nacional.
Yo llegué a Uganda en 1981 y fui destinada a la “Sacred
Heart Secondary School” en Gulu. Este Instituto (femenino) fue fundado por las
Misioneras Combonianas en 1962 y a mi llegada ya estaba totalmente regido por
Hermanas Ugandesas de una Congregación local, las “Hermanitas de María Inmaculada de Gulu” a su vez fundadas por una
Hermana Comboniana en colaboración con el Obispo de la diócesis (M.
Comboniano).
En 1985 fui transferida a Angal en el distrito del Nilo
Occidental. Esta era un Instituto rural mixta y bastante pobre. Yo era no solo
la única religiosa en el Instituto sino también la única mujer entre el
profesorado. Puedo afirmar que fueron años de mucho trabajo pero quizá los
mejores que he pasado en Uganda. El contacto con las/los alumnos era de
familia, me invitaban a visitar sus casas lo que ya hacía con muchísimo gusto a
pesar de que había que caminar unas dos horas para llegar a algunas de ellas (y
eso era lo que mis alumnas caminaban a diario para venir a la escuela).
Hoy ya jubilada conservo estos recuerdos como verdaderos
tesoros y doy gracias a Dios continuamente por la vocación misionera.
En este año en que celebro
el 50 aniversario de mi profesión religiosa como Misionera Comboniana,
quiero desde Sur y Sal rendir homenaje a mis Hermanas Mayores, pioneras en
Uganda que abrieron el camino para que otras pudiéramos continuar la obra de
evangelización en este país tan bonito y acogedor. Siempre habrá un lugar para
las que se sientan llamadas a continuar esta misión, porque donde quede un
rincón al que no haya llegado el mensaje Salvador de Jesús, allí estarán las
Misioneras Combonianas.