Hermoso este latir al unísono con motivo del “Día del Misionero Diocesano”: para nosotros, un recuerdo de las RAÍCES; para todos, una vivencia de las RAMAS…Las que se hacen tan grandes que llegan a todo el mundo… El “Id” no es personal; es diocesano. Todos somos “idos”… No importan las maneras (San Francisco Javier/Santa Teresa de Lisieux). He ahí una buena entraña de este día del MISIONERO DIOCESANO.
Una
buena entraña y un buen LEMA el de este año, con sabor a Fratelli Tutti. Y es
que la misión le cae a la encíclica “como anillo al dedo”. La misión es
acontecimiento de fraternidad universal… Los que estamos en barrios
periféricos, (de una manera aún más desgarrada que quienes se encuentran en
zonas campesinas e indígenas, por la dureza de “lo urbano”), tocamos cada día
los resultados de la anti-fraternidad universal… Donde están esos y esas
considerados, en palabras del Papa, como “bárbaros”, de los que es necesario
mantener la distancia y poner barreras para evitar los contactos y los
“contagios” (en sentido amplio). La sola presencia misionera ahí es ya un hecho
de fraternidad.
Pero,
no puede ser un hecho que se quede en simple dato. Un hecho, cuando es
“acontecimiento” (y así es la misión) está llamado a desplegarse en una especie
de engendramiento y de parto de fraternidad. Comenzando por los mismos barrios
periféricos. Las periferias son construidas por los “centros” (nadie es
periferia, porque le guste). Se da, sin embargo el hecho, de que en las
periferias urbanas es muy corriente que se repita el mismo ambiente tenso de
anti-fraternidad de las que, como conjunto, ellas mismas son víctimas (se podía
parafrasear el refrán de lo que ocurre en muchas de nuestras periferias: ”en mi
casa no comemos, pero lo que es REÑIR…”). La misión como acontecimiento debería
plantearse, como primer paso, la fraternidad de la que ella misma puede ser
levadura allí donde se enclava… ¡Todos metidos en la pobreza, pero sin mística
de “empobrecidos”’! Es triste, pero así es: las periferias suelen repetir los
vicios “antifraternos” que se viven en la gran ciudad , “a lo pobre”, pero los
mismos esquemas de división, enfrentamientos, rencillas y el “sálvese quien
pueda” que expresa un individualismo despiadado.
En
este nivel, la misión tiene vocación universal. No puede estar contenta, cuando
ha constituido el grupo de incondicionales que vive una fraternidad “aislada”.
Es un peligro que nos acecha también en misiones. No importa que el grupo sea
pequeño, pero que sea un grupo-levadura. Pero sí que importa cuando se queda en
grupo “auto-referencial” que se dice testimonial, pero que se muestra incapaz
de hacer que la fraternidad crezca a dimensión humana, porque, a veces, él
mismo está lleno de choques internos. Más allá de toda diferencia, también la
de pertenencia religiosa, como misión, necesitamos aportar a la construcción
del “nosotros” en el conjunto de nuestras periferias. Lo contrario haría verdad
nuestro despiadado refrán: que “a perro flaco, todas son pulgas”. Sin un
“nosotros” periférico fuerte no nos será posible dar un paso adelante en la
fraternidad que anhelamos que sea universal.
En
pleno tiempo de pandemia, feo donde los haya, os comparto, tres acciones de
nuestra parroquia (periferia de las periferias) con esta vocación de misión
“transfronteriza” (”no te importe el color de la piel, ama a todos como a
hermanos y haz el bien” – cantábamos con entusiasmo en la parroquia de Ávila)…
Con ese espíritu del “todos”, había que hacer algo contra el “hambre”, que la
pandemia había puesto en evidencia: a 1.450 familias está llegando mensualmente
el resultado… Con una experiencia de grupo-levadura que ha aprendido a
compartir “desde dentro”: los pobres no vienen, a los pobres “se va”, para
“echar con ellos la propia suerte”. Al descubierto ha quedado la fuerza
misionera de la caridad: en un gran grupo que, por experiencia, ha aprendido
que “hay más alegría en dar que en recibir” y en las familias que han percibido
que no reciben solo víveres, que reciben dignidad, compañía, fraternidad y
esperanza (”habrá un día en que todos…”).
Nos
dimos cuenta de otro gran problema, aumentado por la pandemia: la falta de
escolarización se convierte cada vez más en una de las causas del paro endémico:
¿Qué hacer, más allá de lo programas habituales de la parroquia: la
“capacitación laboral de jóvenes” y “la alimentación y refuerzo escolar para
niños?” … Se necesitaba algo masivo y al alcance… Y lo encontramos: 500 gentes
que habían perdido el tren de la educación, pudieron subirse de nuevo a él,
gracias a la implementación de un programa oficial en el que otro gran
grupo-levadura, con el lema de “lo que sé, eso te doy” está también salvando
“desde dentro”.
Y
para extender cuanto más el espíritu de hermanos, nos salió al encuentro,
empezando por algunos y llegando ya a bastantes, un grupo de “bolos” (que nadie piense en los “mentirosos”, que
así los llaman en Toledo): aquí bolos, cariñosamente “bolitos”, les decimos a
los aficionados al trago… ¡Me gustaría que vieran el jubileo diario! No solo
vienen buscando su bocadillo y café, vienen también en busca de la palabra
afectuosa, del ánimo para que dejen el vicio, de la experiencia de una acogida
como hermanos. Nuestra infatigable cocinera, ayudada por Conchi y los demás de
la casa, intentamos hacerles un poco más llevadera la dolorosa experiencia de
una pandemia “borracha de calle”.
El
Papa, campeón de la fraternidad universal y de la amistad social, nos tiraría
aún de las orejas, para recordarnos que hay que dar un paso más: el del compromiso
social para cambiar las estructuras anti-fraternas a las que nos hemos
acostumbrado, por aquellas que, reconociendo la igual e inviolable dignidad de
todos, hagan que pasemos de esta sociedad compuesta por “socios” a otra que
esté integrada por “hermanos”. En esas estamos, para hacer verdad el lema de la
Jornada de este año: “hermanos de todos, hermanos nuestros”, de fuerte cuño
franciscano.
Desde
Guatemala, un abrazo enorme para todos y todas…. Pedro Jaramillo