Extraído del diario Lanza.
La Iglesia Católica celebra este
domingo, un año más, la Jornada de la Infancia Misionera. Un año más,
igualmente, hemos contactado con uno de los misioneros de nuestra diócesis.
Concretamente con José Adolfo Sánchez Pintor, capitalino de nacencia (28 de julio
de 1970), pero "fuentero", de Fuente el Fresno, de corazón y
residencia, aunque muy ocasional de un tiempo a esta parte.
Sánchez
Pintor realiza los estudios primarios en su pueblo, pasando luego a colegios de
los padres trinitarios en Valdepeñas, en el convento-santuario de la Virgen de
La Cabeza, en Alcázar de San Juan,… rubricando su formación con estudios de
Derecho en Toledo y en la UNED. En el año 2000 decide salir de misión y
permanece 4 años en Tirúa, al sur de Chile. A su regreso a España trabaja un
año con Cáritas-Daimiel. En 2010 se marcha a Bolivia, al “Alto”, y allí, donde
conoce a su esposa, Milenka, y nace su hija, sigue trabajando a día de hoy como
misionero laico.
Pregunta: “Atrévete a ser
misionero” es el lema de la jornada este año, y por ahí va nuestra primera
pregunta: ¿cuándo y por qué se atreve a ser misionero?
Respuesta: No creo que haya sido una decisión de un día para
otro. Ha sido todo un proyecto de vida que tiene sus cimientos en la educación
que me dieron mis padres, muy comprometidos con la realidad social que vivían,
mi madre en Cáritas y mi padre ayudando desde su trabajo. También recuerdo a
los misioneros trinitarios que iban al colegio. Esa semilla va haciendo que te
plantees qué quieres para tu vida, más allá de tener un trabajo, una seguridad…
Ves que no encajas en determinadas estructuras porque Dios te llama a algo y en
ese discernimiento vas encontrando personas con las que vas conversando y
viviendo la llamada. Así un día decides probar, tener “una experiencia”, a ver
si es verdad que es tú camino. Después, ya no puedes decir que no porque
descubres la felicidad en la entrega.
P: ¿Cómo podría resumirse, hasta hoy, su
experiencia misionera y su labor con los “niños de la calle”?
R: Lo resumiría en dos palabras: paz y felicidad.
Me siento muy afortunado de poder decir que allá donde he estado Dios ha puesto
en mi camino maravillosas personas con unas historias de superación increíbles.
Es verdad que la realidad es dura; una cosa es lo que te cuenten o escuches en
televisión sobre violaciones infantiles, niños abandonados o situaciones
parecidas y otra cosa es vivirlo y que sea lo cotidiano y que para esa persona
tú seas el referente y te cuente cómo sus padres le maltratan, cómo no disfruta
de una infancia normal, cómo no ve una esperanza en su vida.
Cuando te toca vivir este tipo de situaciones no puedes dejar de
involucrarte y de ver en cada uno de esos niños a ese Jesús pobre, desamparado,
perseguido, que se nos entrega por amor. Y es a ese Jesús al que recurres en
oración y como decía San Alberto Hurtado, preguntarte ¿qué haría Cristo en mi
lugar?, e intentar acompañar y hacer que esa persona se sienta querida, se
sienta importante para alguien, que merece cariño y comprensión. Eso intentamos
en el Centro Juvenil, no disculpar su comportamiento, pero sí intentar ponernos
en su lugar y comprenderle. Cuando lleva un tiempo en el centro y ves cómo
cambia, cuando te sientes un poco ese Jesús al que le preguntabas, para que el
niño, el joven, sonría y sienta que tiene derecho a soñar y a tener esperanza,
no puedes dejar de sentir paz interior y felicidad.
Comprometidos con la realidad social
P: Alguien ha dicho: “los agentes de la
misión han de formarse para asumir su responsabilidad y vivir esta experiencia
de Dios con más profundidad en sus comunidades.” ¿Cuál debe ser, en su opinión,
el perfil del misionero o misionera de hoy?
R: Es cierto que hoy la misión está muy
“especializada” en determinados casos; se han abierto muchos proyectos que
tratan una temática muy concreta como salud, educación, etc. Esta
especialización condiciona el perfil profesional de la persona que tiene que
dirigir ese proyecto. La formación en destino también es muy importante para
conocer la realidad que te va a tocar vivir: la lengua, la cultura, pero eso
que a veces está bien y es bueno no puede condicionar nuestra labor. Estamos
viviendo con y acompañando a personas que demandan otras cosas: compañía,
comprensión, cariño… Por eso yo diría que el misionero debe ser sobre todo una
persona comprometida con la realidad social a la que va a ir y con las personas
con las que va a convivir. Eso exige apertura y paciencia. Apertura de mente y
espíritu para salir de nuestro egocentrismo cultural y paciencia para
comprender y entender. No es fácil entender determinados comportamientos
sociales, porque venimos con un bagaje cultural que nos condiciona mucho y
queremos resolverlo todo como lo haríamos en España y eso no es posible, porque
entonces les faltas al respeto y empequeñeces lo suyo.
"No
puedes dejar de ver en cada uno de esos niños a ese Jesús pobre, desamparado,
perseguido, que se nos entrega por amor".
P: Leemos en la revista “Granada
Misionera”: “si vivimos, convivimos y compartimos cristianamente, nuestra vida
dará a conocer, creer y amar a Cristo” ¿Cómo considera que andamos de
compromiso por el “primer mundo”?
R: Cuando yo estaba en España vivía el
compromiso o la solidaridad de forma muy particular, es decir, si conozco un
caso ayudo, o al ver algún caso en televisión, te duele, pero no me hacía mucho
cargo de la realidad social, para eso tuve todo un proceso. Me costó darme
cuenta de la solidaridad que había visto desde pequeño en mi casa. Ahora,
cuando vuelvo de vacaciones, veo personas muy comprometidas, desde la fe o
desde sus convicciones morales; personas que quizá por el ritmo frenético al
que les empuja la sociedad no se dan el tiempo de ir más allá, pero que tienen
dentro el convencimiento de que ayudar al prójimo es un deber moral; personas
que se interesan por nuestro trabajo y que quieren colaborar. Yo creo que
existe el compromiso. Sólo hay que buscar un poco y florece.
El misionero
debe ser una persona comprometida con la realidad social a la que va a ir y con
las personas con las que va a convivir"
Ponerlo todo
en manos de Dios
P: Escribe
Patricio Larrosa: “…deseos de un mundo mejor, de una vida más digna para todos,
vivir con esperanza, crear fraternidad.” Desde aquí lo vemos desde otro ángulo.
¿Es fácil ser misionero?
R: La misión tiene una parte de
fantasía, una dimensión donde juega la imaginación, pero es solamente antes de
salir. A veces, nos vemos como Robert de Niro en la película “La Misión”, o
yendo a hacer “turismo solidario”, pero cuando llegas y sobre todo si eres
laico, y ves que estás sólo, que tus referentes personales y sociales no están,
la cosa se complica. Cuando intentas hacer algo simple como ir de paseo con los
niños y te das cuenta de que no tienes dinero, o quieres hacer una actividad y
no hay materiales y piensas que ahí (aquí en España) lo resuelves en cinco minutos,
al principio sientes impotencia. Es ese momento en el que debes ir al fondo de
tu motivación para estar ahí, y por lo menos en mi caso cuando pones todo en
manos de Dios la cosa se suaviza y empiezas a ser feliz. Es verdad que se
extraña la familia, los amigos, las costumbres, los olores y sabores que desde
pequeño han crecido contigo, pero al final eso es secundario. Yo ahora
respondería: sí, es fácil ser misionero si a pesar de todas las dificultades no
te crees centro de la misión y te sientes un instrumento, un simple enviado.
P: Para
terminar, ¿qué les diría a los lectores de LANZA?
R: Yo estoy muy sorprendido y
agradecido con los ciudadrealeños. He ido descubriendo que son, o somos,
personas muy solidarias, que cuando se necesita ahí están. Les diría que se
sientan parte del trabajo que Milenka y yo estamos realizando, que se sientan
parte de la alegría y la compañía que brindamos a estos niños y jóvenes. Yo
pienso que esta misión no la podría hacer sin el apoyo de la Diócesis de Ciudad
Real, de los aportes que cuando se puede nos mandan, y sobre todo que siento
muy cerca su oración o sus pensamientos positivos. Les diría que no duden en
ayudar e interesarse por los misioneros de nuestra provincia, porque esto es
una labor de todos. Les diría que escuchen su corazón, que busquen esa semilla
de solidaridad que llevan dentro y que la hagan crecer. Les diría: gracias.