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18/10/2019

MISIONERAS COMBONIANAS: 100 AÑOS EVANGELIZANDO UGANDA.


Antonia Sanchez Morocho. Misionera Comboniana en Uganda.                                
       Corría el final del 1918 cuando el primer grupo de Misioneras Combonianas llegaba a Uganda después de un largo viaje a través de Egipto y Sudán. Llevaban poco equipaje (habían hecho la mayor parte del viaje en camellos, el resto navegando Nilo abajo). Pero, eso sí, iban cargadas de entusiasmo y de una fe de roca en Dios que las había llamado y enviado a compartir la Buena Noticia de Jesús con aquellos hermanos y hermanas aún desconocidos pero ya amados. El carisma de Daniel Comboni las acompañaba y las llenaba de esperanza. No sabían lo que iban a encontrar pero estaban seguras de quien las guiaba y les daría fuerzas para vivir en esas tierras hasta entonces desconocidas.

Uganda era entonces Protectorado Británico y ya existían algunas escuelas, pero solo para niños y jóvenes; las niñas en casa a barrer, cocinar, etc!
Se establecieron en Gulu, región del norte de Uganda en una cabaña igual a las que habitaban las gentes de allá, los Acholis, una tribu nilótica que se caracterizaba (y se caracteriza) por una fuerte y enérgica personalidad. Los hombres eran fuertes y valientes guerreros. Esto se puede apreciar aún hoy en sus danzas tradicionales llenas de un ritmo casi frenético y de una gran fuerza.
Para iniciar su labor misionera, las cinco Hermanas se dedicaron con determinación a aprender la lengua local, ya que sabían que sin ella no podrían comunicar el Mensaje del que se sabían portadoras. Apenas aprendieron las primeras palabras empezaron a visitar a las familias. Los niños las seguían a todas partes porque eran “cosas raras” y ellas aprovecharon de su presencia casi constante para aprender la lengua, y así se convirtieron en sus mejores maestros y amigos.
No tardaron en darse cuenta de que, en un pueblo de guerreros, las niñas eran consideradas  secundarias; su cometido: ser madres, trabajar los campos, preparar las comidas y poco más. Aprender a leer y escribir, estudiar una carrera u oficio, ni soñando.
Pero ellas soñaron y pronto organizaron una escuelita bajo un árbol y reunieron un pequeño grupo de niñas con las que conversaban. A decir verdad alumnas y maestras intercambiaban papeles: las Hermanas enseñaban a las niñas el Padrenuestro y les hablaban de Dios y las niñas enseñaban a las hermanas su lengua, costumbres, tradiciones, etc.
Quizás por curiosidad, o porque realmente les gustaba lo que las Hermanas decían, el grupo aumentaba. Viendo el interés de la gente menuda, las hermanas se animaron y empezaron a visitar a las familias. También los adultos empezaron a mostrar interés por lo que estas mujeres “raras” decían sobre un tal Jesús que había venido a este mundo a enseñarnos a todos que Dios el Todopoderoso “Rubanga Maleng” es nuestro Padre y nos ama porque somos sus hijos e hijas.
Entre las hermanas había alguna con conocimientos médicos y empezaron también a tratar algunas dolencias como la malaria, ulceras, desnutrición infantil… Esto aumentó el aprecio de la gente y pronto la casita de las hermanas se convirtió en un lugar muy frecuentado; ellas mismas escriben en la crónica de la comunidad: “El continuo ir y venir de la gente local dentro y fuera de nuestra casa, ha gastado el piso de la salita y el de la baranda” .
Al primer grupo se fueron uniendo otras Combonianas. En 1936 estaban presentes en 9 estaciones misioneras esparcidas por toda la parte norte de Uganda. En colaboración con Los Misioneros Combonianos, fundaron escuelas (generalmente femeninas), hospitales, abrieron catecumenados y centros para formación de catequistas. Muchas de estas instituciones funcionan aún hoy y son centros educativos de prestigio a nivel nacional.

Yo llegué a Uganda en 1981 y fui destinada a la “Sacred Heart Secondary School” en Gulu. Este Instituto (femenino) fue fundado por las Misioneras Combonianas en 1962 y a mi llegada ya estaba totalmente regido por Hermanas Ugandesas de una Congregación local, las “Hermanitas de María Inmaculada de Gulu” a su vez fundadas por una Hermana Comboniana en colaboración con el Obispo de la diócesis (M. Comboniano).
En 1985 fui transferida a Angal en el distrito del Nilo Occidental. Esta era un Instituto rural mixta y bastante pobre. Yo era no solo la única religiosa en el Instituto sino también la única mujer entre el profesorado. Puedo afirmar que fueron años de mucho trabajo pero quizá los mejores que he pasado en Uganda. El contacto con las/los alumnos era de familia, me invitaban a visitar sus casas lo que ya hacía con muchísimo gusto a pesar de que había que caminar unas dos horas para llegar a algunas de ellas (y eso era lo que mis alumnas caminaban a diario para venir a la escuela).
Hoy ya jubilada conservo estos recuerdos como verdaderos tesoros y doy gracias a Dios continuamente por la vocación misionera.
En este año en que celebro el 50 aniversario de mi profesión religiosa como Misionera Comboniana, quiero desde Sur y Sal rendir homenaje a mis Hermanas Mayores, pioneras en Uganda que abrieron el camino para que otras pudiéramos continuar la obra de evangelización en este país tan bonito y acogedor. Siempre habrá un lugar para las que se sientan llamadas a continuar esta misión, porque donde quede un rincón al que no haya llegado el mensaje Salvador de Jesús, allí estarán las Misioneras Combonianas.