En el entorno del aniversario del martirio de Vicente
Hondarza, queremos sentirnos unidos un año más a nuestros Misioneros
Diocesanos.
La aventura de la fe, y la recuperación de la amistad
con Dios perdida a causa del pecado, comienza cuando un hombre escucha la
llamada: SAL DE TU TIERRA, y se fía de Dios.
Recorrerá caminos desconocidos e inhóspitos, pero se
sentirá acompañado por Aquel que le ha llamado, y en quien él ha confiado. La
meta es una tierra prometida, y una abundante descendencia. Y Dios no falla en
sus promesas, incluso contra las razones de la naturaleza.
Jesús, por su parte, encargará a sus discípulos:
Vosotros sois la SAL DE LA TIERRA. Y les indicará el modo
como realizar esa tarea: “Id por todo el mundo, predicad el Evangelio, bautizad
a todas las gentes, y enseñadles a guardar todo lo que yo os he mandado”.
Y Pablo, el postrer apóstol, que repetirá “sé de quién
me he fiado”, saldrá de su tierra, de su familia, de sus convicciones judías,
para sazonar el mundo con la sabiduría del Evangelio, para construir el Reino,
definitiva Tierra Prometida, y para congregar a toda la familia de los hijos de
Dios.
Del mismo modo, nuestros misioneros diocesanos, han
escuchado la llamada a renunciar a sus seguridades, salir de su tierra, y
marchar lejos, para continuar trabajando por el proyecto amoroso de Dios y
hacer de todo el género humano una sola familia. Y lo curioso es que, de esta
manera, no sólo van sazonando las “tierras de misión” con la alegría del
Evangelio, sino que al mismo tiempo se convierten el testimonio de verdad,
justicia y amor en este mundo nuestro corrompido, y para nuestras comunidades
tantas veces paralizadas por el miedo, la comodidad o la rutina.
Que nuestros misioneros diocesanos sean este año
testimonio de disponibilidad y al mismo tiempo sabiduría de Evangelio, para
aquellos que están lejos y no conocen a Jesús, con quienes comparten sus vida,
y para nosotros, que necesitamos su ejemplo para embarcarnos en la Nueva Evangelización ,
sin olvidar la prioridad de la
Misión ad gentes.