Misioneros Seglares Vicencianos.
Hace cuatro meses que llegue a Mozambique.
Al preguntar por lo vivido en estos días, la respuesta puede ser la misma que
daría un niño que por primera vez conoce el mar.
Conocer por primera vez el mar es tocar la
inmensidad de algo desconocido. Sensaciones de alegría, de entusiasmo se
mezclan con el respeto e inquietud que surge al acercarse a lo nuevo. Seguro se
produce una mirada de admiración por la grandeza de lo que hay frente a los
ojos. Llegar a la playa, conlleva tocar la arena poniendo toda nuestra energía
en ello. Supone descalzarse para caminar mejor, aunque queme un poco, incluso
cambiar la vestimenta para estar concorde a donde nos encontramos. Alcanzar la
orilla, sentir la temperatura del agua, acercarnos a las olas que van y vienen…
y terminan por mojarnos. Y por fin sumergirnos en la profundidad del mar,
dejándonos llevar, con más o menos resistencia, por la corriente del agua.
Siempre el miedo del niño, que por primera vez conoce el mar, se transforma en
risa, alegría y felicidad que contagia.
Algo semejante es lo que estoy viviendo al
llegar a Nacala. Me encuentro abriendo los ojos en cada momento, observando,
conociendo y acogiendo experiencias de vida y fe, desde la comunidad que nos
sitúa y resitúa ante esta nueva realidad y cultura. Estoy en camino, sabiendo
que es el propio pueblo el que nos enseña una nueva forma de vida, el que nos
regala su ritmo, su alegría, nos comparte su preocupación y su esperanza. Me descalzo ante el misterio que eso supone
con mucha humildad.
En este tiempo re-descubro que es esencial
volver a empezar para poder empaparse de un nuevo tiempo de misión. Empezar con
un nueva lengua, que importante es saber bien el idioma para ser más cercanos.
Empezar cambiando la manera de vestir para respetar esta cultura y tradición.
Empezar a cambiar hábitos y costumbres en el modo de relacionarme para llegar a
ser parte de esta tierra.
Cada día, me adentro en la inmensidad de
Nacala conociendo su realidad social, la de una ciudad con un gran
desenvolvimiento empresarial pero poco humano, conociendo la diversidad
misionera y eclesial de la diócesis que nos acoge, participando de los diversos
servicios pastorales, celebrando la eucaristía, compartiendo momentos de
oración…
Y presente en todo ello y como consecuencia
de todo lo vivido, el encuentro profundo y sencillo con Dios que se hizo y se
hace cada día pobre. No podía ser de otra manera.