Pablo Muñoz. Fraternidad
Misionera Verbum Dei
¡Queridos amigos de Sur y
Sal!
¡Afectuosos saludos desde
Roma! Son ya casi tres años que Nuestro Jesús, ascendido al cielo, decidió que
tenía que apoyar la Nueva Evangelización en Europa después de 11 años en
Filipinas. Normalmente cuando vamos a países de culturas diversas, como
Filipinas, se requiere un tiempo de inculturación. Se trata de desmontar
clichés culturales que hemos aprendido, que normalmente pensamos que sean
únicos y universales, para aceptar otros de otra cultura diferente y que son
tan validos como los que aprendemos en nuestra cultura. ¿Por qué os digo esto?
Porque os puedo asegurar que al volver a Europa he tenido que hacer de nuevo el
esfuerzo de inculturarme.
No ha sido fácil volver
de una cultura donde el respeto es uno de los valores fundantes de la sociedad
para entrar en esta cultura nuestra europea de constante conflicto
interpersonal. No ha sido fácil volver de una cultura donde se busca
constantemente la convivencia de unos con otros, donde todos buscan y hacen
espacio para encuentros personales y comunitarios y volver a una cultura donde
es tan difícil hacer espacio en nuestras apretadas agendas para encontrarte con
amigos y con la comunidad. Y como estas cosas muchas otras que hacen que tenga
que volver a hacer el esfuerzo por inculturarme en Europa y decirme a mí mismo:
“Bienvenido a Europa! ¡Aquí también tienen necesidad del Evangelio!”.
Evidentemente es
imposible hacer borrón y cuenta nueva, como solemos decir, en nuestra vida
misionera. Es imposible olvidar una tierra (Filipinas) y unas personas (los
filipinos y su cultura) que me han marcado mi vida para siempre. Vivo aquí
sabiendo que muchas de mis actitudes son el fruto de una nueva manera de pensar
y se sentir que se ha forjado allí. Un aspecto de la vida misionera que estoy
descubriendo en estos años aquí en Roma es que el misionero es puente y lazo
entre culturas lejanas y distintas. Normalmente cuando predico y comparto mis
experiencias siempre cuento experiencias vividas en Filipinas, como me han
marcado mi vida actitudes y valores que me han enseñado allí, y me doy cuenta
que personas de aquí que nunca habían pensado a países tan lejanos empiezan a
ser sensibles a los filipinos que trabajan aquí: se paran a hablar con ellos,
les cuentan que conocen a un misionero que ha estado allí muchos años y luego
me cuentan con alegría que están descubriendo lo que yo les contaba en el trato
de amistad
que están estableciendo con los filipinos que conocen aquí.
Sí, es verdad, somos
puentes interculturales y eso es un regalo que nos da Dios cuando abrimos el
corazón y la mente y dejamos de absolutizar nuestra cultura y nuestra manera de
ver las cosas para empezar a aprender de nuevo maneras de vivir y de pensar
distintas a las nuestras. La espiritualidad misionera se puede adquirir aquí,
en nuestros ambientes, no necesariamente en Filipinas, África o Sudamérica.
Abramos cada día el corazón, la mente y nuestra agenda a personas nuevas, con
las que no hemos hablado antes. O “perdamos el tiempo” con personas con las que
antes solamente habíamos intercambiado un “hola, hasta luego” y empecemos a
descubrir la riqueza que tiene el otro cuando lo miramos con los ojos de Dios.
Que Dios continúe a hacer de todos nosotros puentes, puentes entre personas,
puentes entre Dios y los otros.
¿Mi futuro? Pues de
momento parece que Dios me quiere aquí. Estoy colaborando en los grupos de
animación misionera que tenemos aquí. Mucha gente que quiere colaborar
activamente en la Nueva Evangelización de Europa. ¡Aquí os mando una foto de
vuestros hermanos italianos que tienen un corazón misionero!
Si os pasáis por aquí no
dudéis en contactarme. ¡Feliz día del misionero diocesano! Un abrazo a todos
desde Roma
Pablo Munoz