Extraído de la revista MISIONEROS.
Pasión por el prójimo y por África. Podría se perfectamente
una frase que resume la vida de Manuel Julián Gallego Gómez. Misionero de
África (popularmente conocidos como Padres Blancos), que lleva más de media
existencia en este continente ayudando a los más necesitados y llevando la
palabra de Jesus a todos los rincones de los dos países en los que ejercido su
labor misionera: Malí y Burkina Faso.
El padre Manuel tuvo muy clara desde el principio su
vocación. Jienense de nacimiento (La Puerta de Segura) y ciudadrealeño de
adopción (vivió en Alcázar de San Juan por el trabajo de su padre), y a los
diez años ingresó en el seminario diocesano de Ciudad Real. “Mi familia tampoco
es que fuera de una enorme tradición religiosa, pero de bien niño vi el camino
que debía seguir”, nos confirma.
Otra idea que está bien marcada en la mente de nuestro
misionero era que “la diócesis se me quedaba pequeña, mi pasión era África “.
Enseguida quiso enrolarse en esta aventura, y para ello, habló con los
jesuitas.. “Ellos me aconsejaron que acudiera a los Padres Blancos, yq eu eran
los que centraban intensamente su labor en el continente africano”.
A los dos o tres meses de ese primer contacto misionero,
tuvo lugar la organización de una Semana de Misionología en Ciudad Real. “Fue
el momento en que entré en contacto con ellos y, a partir de ahí, todo echó a
rodar”.
Al año siguiente Manuel fue a Paris para hacer noviciado.
Hablamos de 1974-75. Luego, dos años de Teología en Estrasburgo y otros dos de
pastoral en Malí, para volver después a Estrasburgo y concluir su formación.
Primera parada: Malí.
Fue en el 1980 cuando desembarcó en Malí. “Me enviaron a la
diócesis de Sikasso. “Mi sueño se había
visto cumplido, y allí he permanecido hasta 2001. Desde este año y hasta 2013,
he desarrollado mi labor misionera en la capital, Bamako”. En la zona de
Sikasso, Manuel siempre estuvo en la parroquia de la comunidad rural de
Karangasso, junto a las Hermanas Dominicas Misioneras de Campagne. “Ellas se
encargaban sobre todo de la labor de la escuela y del dispensario, mientras que
nosotros hacíamos giras pastorales”. Hay que recordar que en aquella época
comenzaba a echan a andar la diócesis allí y, por eso, estaban muy centrados en
las tareas de pastoral. “Afortunadamente, teníamos la ayuda de muchos
catequistas”, reconoce.
Los otros dos grandes campos en los que Manuel, sus
compañeros padres blancos y las hermanas misioneras tuvieron una gran
implicación fueron los del desarrollo social y la educación. “teníamos que
enseñarles a leer y escribir. Las familias, por lo general, no enviaban a los
niños a la escuela, sino a trabajar al campo, a cuidar del rebaño…De una
familia de siete u ocho niños, tan solo uno o dos iban al colegio. Por eso
teníamos que hacer un gran trabajo de escolarización y alfabetización. Y no
solo de los niños, sino también de jóvenes y adultos”.
En el terreno del desarrollo, la labor era tanto o más
importante aún, si cabe. “Construcción de pozos carreteras y pantanos;
plantación de árboles; la atención del dispensario…Todos era proyectos
comandados desde la misión, aunque obviamente se contaba con la ayuda de
diversas organización, como era el caso de Manos Unidas, e incluso con alguna
entidad local como la compañía Maliense del Textil. A ellos también les
interesaba la alfabetización, el acondicionamiento de carreteras… para poder
aprovechar esta formación y estas mejoras en el desarrollo de sus negociones.
Hasta tal punto llegaba el trabajo de desarrollo de los Padres Blancos en esta
zona rural de Malí que simplemente el dispensario cubría un radio de actuación
de 80 kilómetros”. Hasta 1991, Manuel tuvo que convivir con el régimen
dictatorial de Moussa Traoré. A
pesar de la falta de libertad política, “el país viven en cierta tranquilidad.
Por lo que resta a la Iglesia en todo momento hemos trabajado a gusto. Y eso
que los cristianos éramos el 1% de la población (ahora puede rondar el 6%).
Nuestras escuelas estaban conformadas por un 80% de musulmanes, algunos de
religión tradicional y el resto, católicos”.
La Iglesia en Mali siempre ha contado con un gran prestigio
e influencia, ya que ha formado a “mucha gente y ha llevado a cabo una gran
obra social. Ha estado presenta en el avida y en la economía del país, y eso lo
valoran”. En esto ha influido de modo muy importante el desarrollo del clero,
con obispos y sacerdotes nativos.
“Esto le daba todavía más peso a la institución, incluso
para el Gobierno, quien en ocasiones consultaba ciertas decisiones con la
propia Iglesia”.
La etapa final de Manuel en Mali coincidió con la gran
crisis de seguridad de 2011, momento en el que se produce la toma de parte del
país por los islamistas. “Yihadistas venidos de Libia y Argelia quisieron
hacerse con el poder, pero la intervención del Ejército francés en 2012 lo
impidió. Tras las elecciones de 2013, se vive una relativa seguridad en el
centro y sur de la nación, pero el norte es una zona de continuo conflicto”. La
Iglesia durante ese tiempo, también ha vivido momentos muy duros
Segunda parada: Burkina Faso.
Con el regreso de cierta normalidad a Mali, los Padres
Blancos recurren a Manuel para rematar un par de proyectos muy interesantes que
estaban llevando a cabo en Burkina Faso: la construcción de un centro para
jóvenes y una residencia para misioneros. “en la segunda ciudad del país
Bobo-Dioulasso, pusimos en marcha un gran centro formativo y cultural, con una
biblioteca de más de 70.000 libros, la más grande de Burkina. Además contaba
con salas de estudios, ya que los jóvenes no tenían facilidad para realizar las
tareas en sus casas. Los hogares allí suelen tener deficiencias en el
suministro de agua o de luz y cuentan con espacios muy reducidos al vivir mucha
gente en pocos metros cuadrados.
Este centro era perfecto para ayudarles. “Con horario de 8
de la mañana a 10 de la noche, acceso a informática, internet, películas…
Contamos ya con más de 800 inscritos”. En el terreno donde se ubica también se
ha construido una residencia para los Misioneros de África: allí pueden hacer
“sesiones de formación, y al mismo tiempo, servir de casa de acogida para
aquellos hermanos que lo necesitan”.
En 2016 se acabaron todos los trabajos relacionados con el
centro de jóvenes y la residencia. Manuel creyó que había llegado el momento de
volver a Malí a continuar con su labor, pero la congregación pensó en él para
llevar en Burkina la parroquia de San Juan Bautista, que habían puesto en macha
recientemente. “ Y ahí me he quedado por ahora”.
Comparando sus experiencias, el padre Manuel reconoce que
“la sociedad malí, de gran influencia islámica, es acogedora con respecto al
cristianismo, pero reconoce que quizá vive más al día y es mas desordenada que
la de Burkina. Esta última, influenciada por Occidente, tiene una mentalidad
más abierta, más organizada… Ambas nos han acogido, si bien es cierto que la de
Burkina un poco más”. En estos 40 años de vida en África, el misionero de los
Padres Blancos ha conocido una evolución positiva en ambos países, pero
seguimos teniendo mucho trabajo por delante.
Ahora el coronavirus ha impedido el regreso de Manuel a
Burkina y se encuentra en Madrid confinado. Tiene claro que la pandemia ya está
entrando en estos países de África y está sembrando el pánico. Las
infraestructuras de allí son muy débiles como para afrontar algo tan grave como
esto.
Esperemos ser capaces de contenerlo”. Un mensaje que ahora
es extensivo a todo el planeta, pero el eslabón débil siempre es el mismo.
Habrá que confiar en que, por una vez. África no sea la gran damnificada de la
catástrofe y en que nuestro misionero pueda regresar para seguir ayudando.